martes, 1 de septiembre de 2015

Se llamaba Julio, pero le decían 'Pocho' (cuento)



En aquellos lejanos años de mi infancia en Ayacucho, en los pueblos y ciudades del interior la cosa del fútbol era muy linda, pues los pibes éramos hinchas de diferentes clubes de la capital además de inclinarnos por alguna de las varias entidades del fútbol local. 

Básicamente nuestras preferencias se dividían entre los “cinco grandes”, Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo, pero también teníamos amigos que simpatizaban con Vélez, Huracán, Platense y otros equipos capitalinos. Y no existían los fanatismos irracionales que predominan en el fútbol de hoy. 

Había mucha rivalidad, pero era amistosa. Ahora la cosa se concentra mucho más entre Boca y River lo que, según mi parecer, le quita brillo e interés a las discusiones de los amantes del fútbol, empequeñece la confrontación e incrementa los odios gratuitos.

Los que éramos de Racing en Ayacucho nos conocíamos todos, independientemente de la edad y el nivel de educación que tuviéramos o la clase social a que perteneciéramos. Todos sufríamos por igual con nuestras derrotas y nos alegrábamos con nuestros triunfos. Era como si perteneciéramos a una logia secreta. 

En realidad, no tan secreta pues, como dije, nos conocíamos todos. Los colores blanco y celeste de nuestro equipo nos hermanaban. Entre los hinchas académicos de mi pueblo al que más recuerdo es a ‘Pocho’. Su nombre era Julio, pero todos lo llamaban ‘Pocho’.  Era un muchacho unos cuatro años mayor que yo. Vivía a la vuelta de mi casa y era el arquetipo del hincha de Racing. La ‘Academia’ ocupaba un lugar muy importante en su vida. 

Por ser mayor hablaba poco con los pibes de mi edad. Pero cuando se cruzaba conmigo siempre había un comentario referido a la ‘Academia’, ya que él sabía que ambos teníamos el mismo amor por los colores albiceleste.

Pocho jugaba muy bien al fútbol. Su puesto era el de centro half. Se movía como un ‘5’ clásico, de esos que dominaban el juego de su equipo desde la mitad de la cancha distribuyendo la pelota sabiamente entre sus compañeros. Decía que su modelo de jugador era ‘Palito’ Balay, un gran mediocampista que tenía Racing por aquellos años, de la escuela de los grandes ‘5’ argentinos como lo fueron ‘Pipo’ Rossi y Eliseo Mouriño. 

Recuerdo que ‘Pocho’ era el centro half del seleccionado de la Escuela Normal Nacional de Ayacucho y que también era una pieza destacada de la gran Tercera División del Club Independiente de nuestra ciudad. 

La 3ª división del Club Atlético Independiente, una tarde de 1956, en la vieja cancha de la Liga
Parados (izq. a der.): Antonio 'Tono' Pessolano (colaborador), Basualdo, 'Pampa' Quiroga,  'Chilito' Aguiar,  'Carucha' Mastronardi, Roberto 'Pelotita' Igarza, 'Luli' Ancinas y Julio 'Pocho' Masounave
Hincados (izq. a der.): Delfino Fulgencio, Albino 'Cuadrado' Basualdo, 'Rulo' Muñoz, Miguel 'Negro' Márquez, Juan 'Gringo' Scottu y 'Cacho' Corvalán (DT)

Parecía un contrasentido que fuera un ‘fana’ de la Academia de Avellaneda y que al mismo tiempo tuviera su corazón en el cuadro ‘rojo’ local. Pero era así. 

En los inicios del fútbol en Ayacucho existió un Racing Club, pero su vida fue efímera, y cuando nosotros éramos jóvenes ya había dejado de existir, así que Pocho volcó su juego de calidad y su amor futbolístico, a falta de un Racing local, en los ‘rojos’ de Ayacucho. 

La Voz de Ayacucho (jueves 22-05-1924)

Estoy seguro que de no haberse ido a vivir a Buenos Aires luego de terminar su secundario Pocho hubiera llegado a ser el mediocampista central del seleccionado de nuestra ciudad.

Pasaron los años y en 1960 me fui a la Capital Federal para realizar mis estudios en la Universidad de Buenos Aires. Los domingos en que el estudio me lo permitía solía ir al “Cilindro de Avellaneda” para ver la actuación del equipo de mis amores. A veces lo hacía con amigos de la facultad, hinchas también de Racing, y otras veces iba solo. Habíamos salido campeones en 1958 y disfrutamos una muy buena actuación en 1959 logrando el sub campeonato.

Corría el año 1960. Recibo un llamado en la casa de mi abuela donde vivía. Era ‘Pocho’. El de mi pueblo. Fue una gran sorpresa pues ni siquiera sabía que estaba viviendo en Buenos Aires. Me dijo con gran entusiasmo que iba a ir a ver a Racing contra Rosario Central y me preguntó si lo quería acompañar. Había conseguido mi teléfono a través de un amigo común. 

Como era tan fanático de la Academia me invitó a ir a ver los partidos de la Tercera, la Reserva y la Primera. En aquellos años se podían ver los encuentros de las tres divisiones más importantes de los clubes en la misma jornada y todo por el mismo precio. Un ‘programón’, sobre todo si era un día a pleno sol como era ese.

Según me explicó ‘Pocho’ a él le entusiasmaba ver los tres partidos pues en el de Tercera podía evaluar a los jóvenes que pintaban para futuros cracks, y en el de Reserva a aquellos jugadores de nivel de primera pero que por alguna circunstancia del momento estaban en la Segunda División pero con posibilidades de volver a jugar en el primer equipo. El broche de oro era el partido de la Primera. Ese año Racing tenía un gran cuadro y contaba con posibilidades de salir campeón nuevamente. La invitación me resultó muy atractiva y me prendí con entusiasmo en la misma.

De mi casa a la cancha de Racing había un tirón muy grande. Para llegar debía ir en tranvía de Liniers a Primera Junta, de allí en subterráneo hasta la estación Avenida de Mayo, en donde debía hacer combinación con la línea que me llevaba a la Estación Constitución. Una vez llegado a aquel lugar la cosa era fácil. Solo debía tomar el tren del Ferrocarril Roca que paraba en la Estación Avellaneda y caminar unas cuantas cuadras hasta el estadio de La Academia. 

Este último tramo era festivo pues se hacía rodeado de todos los fanáticos vestidos de celeste y blanco que convergían en la cancha de Racing. El viaje me debería tomar unas dos horas de ida y otro tanto de vuelta. Calculo que por el medio de esa travesía me debo haber encontrado con ‘Pocho’. Probablemente el punto de encuentro haya sido debajo del reloj que colgaba en el medio del hall central de la Estación Constitución, frente al gran panel que informaba sobre el movimiento de los trenes.

Ese era el recorrido que debía hacer cada vez que iba al “Cilindro” a ver a Racing. La ida era fácil, pues la mente estaba absorbida por el entusiasmo que suele llevar al hincha a la cancha. Si triunfábamos el regreso casi ni se sentía. Volvíamos felices. Pero si perdíamos la vuelta se hacía ‘de plomo’. Larguísima y encima cansados y amargados. 

Esta experiencia hizo que me preguntara ya de grande como hacían para volver a la cancha todas las semanas aquellos hinchas que seguían a nuestro equipo en los largos períodos de ‘malaria’ que sufrimos durante años. Yo me salvé de ese suplicio porque reduje mi asistencia a las canchas de fútbol a un mínimo. En parte porque tenía que estudiar en los fines de semana, y en parte porque mi cerebro le ganó la partida a mi corazón.

Ese amargo regreso de los simpatizantes a sus hogares luego de tantas derrotas debe haber sido durísimo. Supongo que fue la alegría de ver nuevamente entrar a nuestro equipo al campo de juego y la esperanza de finalmente ganar y volver a ser campeones lo que hizo que nuestros fieles hinchas siguieran haciendo ese largo y sufrido recorrido todos los domingos desde sus casas hasta el estadio en que jugara nuestro equipo, para regresar a sus hogares la mayoría de las veces cargando sobre sus hombros otra pálida actuación. 

La cuestión es que ese día llegamos sin inconvenientes al “Cilindro de Avellaneda”. Durante los partidos preliminares ‘Pocho’ me fue señalando los jugadores de Racing que según él tenían gran potencial y aquellos que ya estaban para jugar en la Primera División. En el momento que tocó el turno del partido de Primera nuestro entusiasmo llegó a su cenit cuando nuestra formación entró a la cancha. 

Allí estaban los grandes jugadores que reconocíamos fácilmente. El ‘Loco’ Corbatta, José ‘Tito’ Pizzuti ya veterano, que luego fuera el gran DT del “Equipo de José”, Campeón Argentino 1966, Sudamericano e Intercontinental 1967. El ‘Marqués’ Rubén Sosa y su compadre por el lado izquierdo del ataque, la ‘Bruja’ Belén, y nuestro gran goleador el ‘Ropero’ Pedro Mansilla entre otros grandes jugadores.

De Rosario Central sabíamos que era un equipo difícil de enfrentar. Que tenía muy buenos jugadores pero que solía aflojarse un poco cuando jugaba de visitante en Buenos Aires. Y también nos enteramos allí que a Rosario le llamaban, al igual que a Racing, “La Academia”. Había pues dos “Academias”, una de Avellaneda y otra de Rosario. Esta coincidencia hacía que las hinchadas de ambos equipos se consideraran ‘hermanas’ y ello motivó una ceremonia inicial en festejo de dicha confraternidad. Los equipos formaron en la mitad de la cancha y se produjo una suelta de palomas blancas, símbolo de la amistad entre ambas instituciones.

Nada hacía prever lo que pocos minutos después acontecería en el campo de juego. Comenzó el partido y a los seis minutos Racing ganaba 1 a 0, con gol del ‘Marqués’ Sosa. A los veinte minutos Pizzuti aumentó la cuenta a 2 y un minuto después el ‘Ropero’ Mansilla convertía el 3 a 0. Era un baile de aquellos. Los de Rosario Central no sabían que hacer. 

Nosotros, como toda la hinchada de Racing, delirábamos. Los de la popular nos deleitábamos gritando “ole”, “ole”, ante cada floreo de nuestros jugadores. Un minuto después, inesperadamente, Juan Lombardi descontó para Central. 3 a 1. Pero a los veintisiete minutos el ‘Loco’ Corbatta clavó el cuarto gol académico. Baile total. Era para parar el partido ahí nomás y volvernos a casa. Pocho estaba como loco y no se cansaba de gritar “Acadee”, “Acadee”. 

Para nuestra sorpresa Antonio Rodríguez, de Central, puso el 4 a 2 tres minutos después, y a los treinta y siete minutos, el mismo jugador colocó el 4 a 3. Nos comenzaron a temblar las piernas. Nuestros cantos se silenciaron. Los hinchas de Central resucitaron. Veíamos que el ataque de Racing era contundente, pero nuestra defensa hacía agua por todos lados. 

A pocos segundos de terminar ese primer tiempo infartante, nuevamente Antonio Rodríguez tiró un cañonazo hacia la valla de Racing y la pelota se estrelló en el ángulo derecho de nuestro arco, justo entre el palo y el travesaño. Por milagro no nos fuimos al descanso cuatro a cuatro. La cosa pintaba fea para el segundo tiempo. Central venía remontando la cuesta con todo y la Academia, la nuestra, parecía derretirse. Si la cosa seguía como en los últimos quince minutos del primer tiempo íbamos a perder.

En el entretiempo 'Pocho' me explicó que de ninguna manera podíamos perder ese partido. Que seguro en el vestuario el Director Técnico estaría ajustando los detalles del juego de nuestro equipo, sobre todo los de la defensa, para volver al baile de la primera parte del partido. Creo que lo decía más para convencerse él que la levantada de Central que habíamos presenciado no había sido real o, si la había sido, que no podía continuar, que para persuadirme a mí que la cosa estaba como aseguraba, ‘totalmente controlada’. 

Como en mí la razón y la emoción van de la mano, aún en el tema fútbol, los argumentos que esgrimía ‘Pocho’ no me terminaban de convencer. Mi mente solo veía los tres goles sucesivos de Rosario y el cañonazo en el palo del último segundo del primer tiempo. Yo olfateaba el fantasma de la derrota flotando sobre el “Cilindro”.

Arrancó el segundo tiempo y de entrada, para nuestra alegría y tranquilidad, nuestro 9 goleador, el ‘Ropero’ Mansilla convirtió el quinto gol. 5 a 3. Respiramos, pero sin poder sacarnos esa sensación fea que nos había dejado la fulminante reacción de Rosario Central al final del primer tiempo. ¿Y si la repetían? ¿Y si nuestra defensa se volvía un flan nuevamente? Pocos minutos después, a los once del segundo tiempo el ‘Loco’ Corbatta clavó el sexto gol académico. Delirio total. 

El 6 a 3 comenzaba a parecernos incambiable. Por lo menos eso era lo que mi amigo me explicaba con euforia. Tres minutos después nuevamente Mansilla convirtió un nuevo gol para nuestro equipo. Sensacional. Nunca visto. 7 a 3. Ahí si empecé a creer todos los elogios desmedidos que ‘Pocho’ hacía sobre nuestros jugadores. Pero el baile siguió. El ‘Tito’ Pizzuti metió otro golazo a los dieciséis minutos de la parte final. El segundo de su cosecha. Estábamos 8 a 3 y la cosa no tenía miras de parar. El estadio deliraba y ‘Pocho’ había entrado en un trance racinguista. Pero nos faltaba algo. 

Nuestro gran número ‘10’, el ‘Marqués’ Sosa solo había convertido un gol y queríamos más. Y nos dio el gran gusto fabricando dos golazos, a los veinte y veinticinco minutos, poniendo el resultado 10 a 3. Nadie de los presentes podía creer lo que estábamos viendo. 

Los muchachos de Rosario ansiaban que el partido terminara cuanto antes. Se estaban comiendo la “goleada del siglo” sin poder hacer nada para evitarlo. Habían arriado sus banderas. Dudaban que ante esas circunstancias la ‘hermandad’ entre las hinchadas de ambas “Academias” pudiera perdurar. Yo también dudaba. 

Minutos después, ya cerca del final del partido, a los cuarenta y dos minutos del segundo tiempo el ‘Loco’ Corbatta se mandó una de las genialidades a las que nos tenía acostumbrado y metió un golazo de taquito, broche de oro para la súper goleada. 11 a 3. La hinchada de Rosario que estaba ‘muy molesta’, por decirlo de una manera educada, por la goleada que se estaban comiendo, estalló cuando vio el gol del ‘Loco’ de taquito. Eso ya era el colmo. Sonaba a burla brutal. Seguramente se preguntaban si el 10 a 3 no era suficiente. Si había sido necesario terminar de humillarlos con un gol de taquito. 

Ahí la ‘hermandad’ pareció quedar de lado y predominaron los insultos cruzados. Pero ‘Pocho’ sin entender bien la reacción de la hinchada rival me decía: "¿pero por qué estos tipos creen que al ‘Loco’ Corbatta le dicen ‘el loco’?".

Ese fue el resultado final: 11 a 3. ‘Pocho’ estaba al borde del colapso. Gritaba como poseído por su querida Academia, y yo, le seguía el ritmo, aunque unos cuantos decibeles más bajo.

La ficha de aquel partido

Increíblemente y como adhiriéndose a nuestra gran alegría una de las palomas blancas que habían soltado antes del partido como símbolo de amistad entre las hinchadas de ambas “Academias” y que seguramente había permanecido revoloteando dentro del “Cilindro” como testigo mudo de lo ocurrido, voló hacia nosotros que estábamos en la popular de Racing y se posó en un para avalanchas en frente nuestro. Cuando ‘Pocho’ la quiso acariciar para compartir su felicidad la paloma voló hacia el cielo celeste y blanco.

Visto a la distancia, debido a los muchos años que he vivido y a los largos períodos de ostracismo que sufrió La Academia me parece entender que la hermosa paloma no solo se alegraba por el aplastante triunfo de Racing, como me dijo ‘Pocho’, sino que nos estaba trayendo un mensaje de mesura que decía algo así como… “Queridos hinchas académicos. Espero que disfruten de este inusual triunfo pero que recuerden que esto es fútbol. Que no siempre se gana. Que también se pierde, y a veces, como en este caso le tocó a Rosario Central, se pierde feo. Enfrente tienen a una hinchada amiga. No la humillen más que ya con el resultado tienen suficiente por un buen tiempo”.

‘Pocho’ en su euforia pareció no recibir el mensaje. La hinchada tampoco. Yo, a pesar de mi juventud, lo intuí. 

Habíamos presenciado la mayor goleada de la historia del fútbol profesional de Argentina; 11 a 3. Catorce goles en un partido y el ganador había sido el Racing Club. Aunque la hinchada y ‘Pocho’ en particular no lo registraban, yo sabía que no podríamos pedir mucho más por un buen tiempo. Ellos pensaban, como lo suelen hacer todos los hinchas en los momentos de éxito de sus equipos que “lo bueno dura para siempre”. Olvidaban aquel dicho infalible que afirma que “nada es eterno en esta vida”.

Del regreso a mi casa ese día no tengo memoria. Debo haber vuelto flotando en una nube. ‘Pocho’ me confirmó que ser hincha de Racing era lo más grande que le había pasado en la vida. Y recordando su rostro pleno de felicidad creo que tenía razón. 

Hay pocas cosas que se pueden comparar al éxtasis que produce un triunfo aplastante como el que habíamos vivido. Lo que sí me quedó grabado fue la fecha de aquel inolvidable partido. Fue el domingo 2 de Octubre de 1960.   

Tengo idea de haber vuelto con ‘Pocho’ al “Cilindro” en un par de oportunidades más, pero la magia de aquel 11 a 3 se había esfumado. Nuestro cuadro en vez de parecer formado por extraterrestres como en aquel día, volvió a ser un muy buen equipo, pero terrenal y que no logró coronarse campeón ese año.

Luego cada uno de nosotros siguió su camino en la vida. No nos volvimos a ver pero a través de amigos comunes de Ayacucho sabía que él seguía siendo tan fana de la Academia como siempre. 

Años después tuvimos al inolvidable “Equipo de José”, de José Pizzuti, el mismo que habíamos visto jugar en aquel recordado partido, pero esta vez como Director Técnico del gran cuadro que nos llevó al Campeonato Argentino, y a los triunfos en la Copa Sudamericana y la Copa Intercontinental. Y luego se nos vino la noche de muchísimos años de no lograr un título. En algunas oportunidades estuvimos cerca, pero no lo conseguimos. Tuvimos que esperar hasta el 2001, treinta y cinco años, para volver a gritar “campeones” con el equipo de Mostaza Merlo. 

En los pocos momentos de alegría y en los muchos oscuros, incluyendo nuestro paso por la ‘B’, y la quiebra de la institución, siempre venía a mi memoria la imagen de ‘Pocho’, alentando a su amada “Academia”. Resonaba en mi mente aquel “Acadee”, “Acadee” que le oí gritar en aquel memorable domingo de Octubre de 1960.

Cuando en 2014 el Racing de Diego Cocca y Milito comenzó a mostrar las uñas luego de un inicio pobre en el campeonato apertura, volví a acordarme de ‘Pocho’. Y como ahora existe Facebook entré en esa página de Internet para ver si por casualidad mi amigo estaba allí. Y para mi sorpresa, ahí lo encontré. Lo más llamativo era la frase que presidía su página de Facebook. Decía: “Estudié y me gradué en la mejor Academia, el Racing Club de Avellaneda”. Era el ‘Pocho’ de siempre. Aún de viejo seguía con su estandarte académico al frente.

Le escribí unas palabras recordándole aquel partido inolvidable que habíamos vivido juntos cincuenta y cuatro años antes. Me contestó feliz. No solo recordaba el partido sino que me recitó la formación de nuestro equipo en ese día. 

Cuando Racing comenzó a crecer en la tabla de posiciones, pero todavía lejos de la punta, me acordaba de ‘Pocho’. Pensaba, “debe estar contento, lleno de esperanza”. “Por ahí se nos vuelve a dar”.

Como no tuve más noticias de él entré nuevamente en su página de Facebook para ver que era de su vida. Había un mensaje suyo que decía: “Amigos, les pido disculpas por no haberles escrito durante un tiempo pues sufrí un ataque al corazón, pero por suerte ahora estoy bien”. Creo que le mandé una nota alentando su pronto restablecimiento recordándole que nuestro querido equipo se estaba trepando en lo alto de la tabla y que seguramente lo necesitaría a él sano, alentándolo en El Cilindro.

Poco después, cuando Racing ya había alcanzado la punta de la tabla y pintaba para campeón, una tarde estaba en el jardín de mi casa y me llamó la atención la presencia de una paloma blanca. A mi hogar suelen venir palomas, pero de las grises. Nunca blancas. Pero esa era blanca. Cuando me acerqué y la quise tomar con mi mano levantó vuelo hacia el cielo blanco y celeste. 

Me hizo acordar inmediatamente de ‘Pocho’, de aquella paloma y de ese triunfo increíble que habíamos vivido juntos. Fui a mi computadora y entré en la página de Facebook de mi amigo lejano. Allí encontré un mensaje de su mujer ‘Pochi’, también amiga mía de la infancia en Ayacucho. El texto decía. “Queridos amigos. Lamento informarles que en el día de hoy nuestro querido ‘Pocho’ nos ha dejado para siempre”

Me quedé frio. 

‘Pocho’ estaba jugando ‘la final’ más importante de su vida. Su corazón había empatado heroicamente el ‘partido de ida’. En el ‘de vuelta’, el definitivo, no pudo atajar el penal en contra que le patearon sobre la hora y que selló su derrota. 

Creo que por medio de la paloma blanca Pocho vino a decirme adiós y a recordarme que debía tomar su bandera racinguista para pasarla luego a las nuevas generaciones. O tal vez a mí me parece eso y solo haya sido una simple casualidad. 

Cuando la hinchada de Racing festejaba felizmente la obtención de un nuevo título Argentino a mí me dolía el alma pensando en que ‘Pocho’ no lo llegó a ver. Le faltaron tan solo unos pocos días. 

Me gustaría creer que presenció la consagración de su amada “Academia” desde el cielo junto a nuestra amiga, aquella paloma blanca que nos visitara en la popular del Cilindro de Avellaneda el día de aquel triunfo increíble, la que seguramente ya debe tener dos bastones celestes sobre su pecho blanco.

  Carlos Connolly
 Don Torcuato
Junio de 2015  

NOTA DEL AUTOR: 'Pocho' se llamaba Julio Masounave y era un producto genuino de aquel hermoso Ayacucho de las décadas del '40 y '50. 
Era hincha fanático de Racing, pero nunca le escuché una palabra de odio o de agresión hacia los hinchas de las otras divisas. Amaba a su club, pero veía a los otros cuadros como partícipes necesarios para el disfrute de tan hermoso deporte.
Nunca como enemigos. 

Su vida podía estar embellecida por el Racing Club de Avellaneda, pero también su corazón podía amar al mismo tiempo a Independiente de Ayacucho.

2 comentarios:

Maria Ester.( alias Pochi) dijo...

Había leído esta narración,porque me la envio Carlos hace un tiempo y hoy hace un momento me ha dado el link para entrar a leerlo en este blogger.A casi 1 año de la desaparición física de Julio (Pocho),creo que es un homenaje a un ser puro,amante de su Racing,tal cual lo describe Carlos,y por sobre todas las cosas,un corazón noble,difícil de olvidar.Gracias Carlos por este recuerdo y gracias a quienes lo han publicado.una mas de las ayacuchenses que andamos por el Mundo,per no olvidamos a nuestro querido Ayacucho.

Totonet dijo...

Gracias Pochi por las palabras y por la visita al blog. Un placer publicar el cuento de ese gran amigo que es Cato Connolly, recordando a un personaje muy querido por él y por todos quienes lo conocieron. Quiero decirle que en nuestra ciudad hay mucha gente que recuerda a Julio con gran cariño.
Le envío un cordial saludo.
El editor.