Cuando comenzaba la tarde hasta que llegaba la noche, todas las
categorías infantiles del club San Martín, ahí estábamos firmes con el viejo,
él arropado con el gamulán; yo, con mis infaltables pantalones de corderoy y mi
pullover de plush.
Luego, en
Chivilcoy nos hicimos hinchas de Florencio Varela, así se llamaba el club.
Todos los domingos decíamos presente y nos ubicábamos al costado de ‘la barra
aurinegra’, este equipo se caracterizaba por tener una hinchada un tanto
humilde, lo que traducido significaba que todos los contrarios nos gritaran ‘negros
villeros’.
Recuerdo
tiernamente esos hermosos domingos, sentado en la tribuna entre las piernas de
papá, protegiéndome del frío, dándome cariño. Comprándome ineludiblemente la
bolsita de girasol y la 'pelotita’ de plástico de jugo de naranja.
En Ayacucho
tuvo una etapa de director técnico y, obvio, yo no me perdía ningún partido
(hay varias anécdotas al respecto). Luego seguimos yendo juntos, pero él de
espectador y yo en la cancha. Ya en casa charlábamos del partido mientras mamá
me hacía el nesquik.
Pedro Algañaraz (1º arriba, a la izq.) director técnico del Club Atlético Ayacucho (1980)
Una vez,
jugando para Atlético, enfrentamos a Atlético de Mar del Plata. Fui a disputar
la pelota contra un rival y llegué tarde (como casi siempre). El pibe quedó
tirado en el piso un rato y de la tribuna se escuchó… Asesino!!!
Miré hacia
donde había venido el grito y lo veo al viejo que se le va encima al que
acusaba pidiéndole explicaciones: ¿Cómo le vas a gritar asesino a un pibe de 10
años?
El referí le
pidió a nuestro técnico que me cambiara, no me echó porque era amistoso y yo un
niño.
Era la primera vez que me echaban y sentí rabia y orgullo. Esa pavada de
sentirse ‘hombre’ ante un acto violento.
Terminó el partido,
empatamos uno a uno… yo ya había ganado en la tribuna.
Isaías
(mi agradecimiento al autor de este cuento, Isaías Algañaraz, por su autorización para publicar este cuento y poder compartirlo con todos ustedes)
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