Cada dos años el fútbol tandilense vivía una especial emoción: la disputa de la Copa Béccar Varela. En el torneo anterior, en 1956, la selección de nuestra ciudad había perdido dos grandes valores, el "Ruso" Sklenard que rumbeó para Mar del Plata y Zeberio, que se había retirado. Apenas si obtuvieron un triunfo ante Benito Juárez. Al partido siguiente, Azul decretó su eliminación.
El equipo de 1958, que salió subcampeón, dirigido por D'Ascensi, Perniola y Tangorra, será siempre recordado por esa final que debió jugarse luego de dos empates y que la perdimos contra el conjunto de Tres Arroyos con un bendito “Gol de oro” en el tiempo suplementario. El profesor Juan Carlos Yotti, que sabía tener su columna de fútbol en "Actividades" con el seudónimo de "El Tío Talo" estuvo a cargo de la preparación física.
El sorteo indicaba que el primer partido que debía sostener la selección sería contra Ayacucho, como visitante. En la puerta del Diario “Actividades” estaba estacionado el Plymouth recién pintado con el que íbamos a ir a presenciar el partido. Alcides Fortunato dio la vuelta para acomodarse en el asiento trasero: “Pancho, lindo trabajito le hicieron con la pintura ¡Qué prolijo pintor!”. Señalando con el dedo le mostraba una parte del paragolpes trasero, atado con alambre, que también había recibido una buena dosis de pintura, sin llegar a taparlo.
El corto trayecto lo hicimos sin los acostumbrados sobresaltos a los que nos tenía acostumbrados la conducción de mi padre. La ciudad parecía un páramo, desolada, todo el mundo parecía estar en la cancha desde hora temprana esperando el primer cotejo de su selección contra una de las más fuertes de la provincia.
Nos dirigimos al predio que hoy día llamaríamos con generosidad extrema, un baldío. Las cuadras en derredor estaban atiborradas de autos.
Cuatro paredes de ladrillos de baja altura encerraban un campo de juego separado de las tribunas por un alambrado que además de no ser mejor que el de un corral de tambo, necesitaba una urgente repasada. Las barras, con bombos y banderas, que empezaron a calentar el ambiente desde el partido preliminar apenas si estaban separadas por un alambre de gallinero que podía voltearse de un solo empujón.
Colocados del lado de lo que podía llamarse la tribuna oficial, frente a nosotros, teníamos las dos enfervorizadas hinchadas que no cesaban de gritar al ritmo de los bombos y el flamear de las banderas.
Antes de llegar al lugar reservado al periodismo, nos cruzamos con un morocho corpulento, cara de poquísimos amigos, rodeado por unos muchachos que parecían pertenecer a su séquito. Su mirada, debajo del ala de un aporreado sombrero era la de un pendenciero de mala entraña. Cada uno que pasaba a su lado recibía en silencio una velada amenaza con su parada altanera, su gesto de desprecio y su aspecto de matón.
Si alguno llegaba a clavar su vista en él, su rostro se transformaba en una mueca feroz que dejaba de una pieza al poco avisado que había tenido la irreverencia, a la vez que ponía su nariz a una cuarta del individuo, desafiante y listo para pelear. Sus acompañantes al unísono y con prontitud lo atajaban al grito de: "¡No te perdás, Chara no te perdás!".
Antes de que comenzara el partido principal dio vueltas y vueltas alrededor de la cancha, siempre en tren de provocación, buscando pelea. Muchos ayacuchenses que ya lo conocían, ante su aparición se apartaban respetuosamente y con rapidez como si le dieran paso a un emperador.
A la segunda ronda, alguien de los que estaba con nosotros, intrigado, le preguntó a un directivo de la Liga de Ayacucho, quién era ese personaje que como si fuera el dueño de la cancha y de la pelota, no paraba de recorrer el perímetro con su cohorte de guardaespaldas.
“Ese -respondió- es el famoso ‘Charabón’, hace solamente un mes que salió de la cárcel. Fue condenado a veinte años de prisión porque mató a cuatro. Acá todos le tienen miedo, es mejor no meterse con él”.
El seleccionado tandilense fue muy superior durante todo el partido. Los goles que al final fueron tres se sucedieron, incrementando la euforia de la tribuna embanderada con cánticos cada vez más burlones hacia la hinchada rival.
Terminado el encuentro, la débil barrera de alambre que las separaba se rompió y se desató la furia entre ambos bandos. El campo de juego, transformado en un campo de batalla, llegó a su punto culminante cuando ‘Pichín’ Distéfano, hizo flamear como un trofeo de guerra la bandera arrebatada a los ayacuchenses.
Y allí fue el ‘Charabón’ a su rescate. El ‘colorado’ Zuzulich -que jamás se había peleado con nadie y siempre fue conocido como un hombre pacífico e inofensivo- al verlo venir y sin conocer sus antecedentes, obnubilado por el entusiasmo del triunfo, la algarabía contagiosa y algún trago espirituoso, fue inconscientemente a enfrentarlo.
Cuando terminó la reyerta, encontraron tendido largo a largo al temido asesino, al que Zuzulich, con su esmirriado físico y en su debut pugilístico le había dado una generosa ‘tunda’ que sirvió para que después la turba que salió del estadio lo pasara por arriba.
(cuento de Marcos Vistalli, publicado en el suplemento ‘La vidriera’ del diario “El eco de Tandil” del domingo 30 de Enero de 2011, pág. 13)
Glosario
Baldío: Terreno que no se labra y falto de mantenimiento.
Charabón: Avestruz pequeño, aún sin plumas.
Cohorte: Conjunto, número, serie.
Páramo: Terreno yermo, raso y desabrigado. Lugar sumamente frío y desamparado.
Séquito: Agregación de gente que en obsequio, autoridad o aplauso de alguien le acompaña y sigue.
Tunda: Paliza, golpiza.
Turba: Muchedumbre de gente confusa y desordenada.
Glosario
Baldío: Terreno que no se labra y falto de mantenimiento.
Charabón: Avestruz pequeño, aún sin plumas.
Cohorte: Conjunto, número, serie.
Páramo: Terreno yermo, raso y desabrigado. Lugar sumamente frío y desamparado.
Séquito: Agregación de gente que en obsequio, autoridad o aplauso de alguien le acompaña y sigue.
Tunda: Paliza, golpiza.
Turba: Muchedumbre de gente confusa y desordenada.
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