En el fútbol del pueblo de
aquellos años, era raro ver pasar a un jugador de un club a otro. En general
existía una gran fidelidad por los colores que se vestían. Cuando comenzaba a
jugarse en las inferiores de una entidad, lo normal era que se continuara en
esta hasta culminar la carrera. Es cierto que había excepciones, pero eran las
menos.
Al igual que en el fútbol grande
de la Argentina, cada club tenía sus jugadores emblema, aquellos que definían
el perfil del equipo. Era casi impensable que uno de esos jugadores pudiera
abandonar su club para ir a vestir los colores de alguno de sus enconados
rivales.
Tampoco era común que vinieran a
jugar a la liga local muchachos que se desempeñaban en otras ligas. El fútbol
era amateur, y para hacer que algún jugador bueno de otra ciudad viniera a
jugar a algún club de Ayacucho, era obvio que había que poner unos cuantos
pesos. Y como plata precisamente no era lo que abundaba en nuestros clubes, la
liga local se nutría de los muchachos que iban surgiendo de las inferiores de
las entidades locales. Sí hubo algunos casos inversos, muchachos que jugaban
bien en Ayacucho y que fueron a jugar a alguna otra Federación más competitiva.
Uno de esos casos fue el de mi compañero de equipo del Baby Fútbol, ‘Carita’Gourriet, que entiendo anduvo exhibiendo su calidad en otros torneos más
importantes.Es por eso que un día una noticia
bomba sacudió el normalmente tranquilo ámbito del fútbol ayacuchense.
El diario local “La Verdad”
publicó en forma exclusiva en su sección de deportes que el Club Deportivo y
Cultural Ferroviario, una de las instituciones señeras del fútbol local, había
contratado para jugar en su primer equipo a un prestigioso centrohalf
proveniente de Mar del Plata. La cosa resultaba casi increíble, pues la distancia
futbolística y económica entre los torneos marplatenses y ayacuchense era
sideral.
En realidad, todos pensamos que debería
tratarse de un jugador mediocre de Mar del Plata que por algunos pesos se iba a
venir a divertir los fines de semana a nuestro pueblo jugando para Ferroviario.
Pero el diario daba a entender otra cosa. Afirmaba que se trataba de un muy
buen jugador que habría aceptado una jugosa oferta de los directivos del club
del riel. Al parecer, algunos socios adinerados de Ferroviario, cansados de ver
a su club languidecer en las posiciones de abajo de la tabla, añorando épocas mejores
y notando que el equipo carecía de alguien de calidad en la mitad de la cancha que
organizara el juego, pusieron unos cuantos pesos y fueron a Mar del Plata a
interesar a un jugador de primer nivel de esa liga.
Está demás decir que se creó una
gran expectativa para ver qué tan bueno era el futbolista importado por
Ferroviario. En la edición de “La Verdad” del sábado, el día anterior del debut
del marplatense, salió una entrevista que le habían realizado y en la cual el
crack importado hablaba de su ilusión de triunfar en el fútbol de Ayacucho y
poder llevar al Club Ferroviario a lo más alto de la tabla de posiciones local.
También hizo mención a la belleza increíble de las chicas de Ayacucho y a la
calidad de los bifes y asados que podían comerse en el pueblo.
Al parecer, estos dos últimos atractivos
terminaron de decidirlo a venir a jugar a un club del torneo local. Todo estaba dado para el gran debut.
Ese domingo muchos amantes del fútbol fuimos a ver al centrohalf marplatense.
Era un partido accesible para Ferroviario. Creo que jugaba contra el Aero Club,
entidad que andaba por la mitad de la tabla deposiciones en ese momento.
Cuando el crack marplatense entró
en la cancha encabezando la fila de jugadores de Ferroviario, vimos (o quisimos
ver) que el hombre tenía pinta de crack. A poco de iniciado el encuentro,
pudimos apreciar que no solo era pinta lo que tenía. Jugaba con prestancia y
dominaba ampliamente el sector central del juego. Era un centro half al estilo
‘Pipo’ Rossi, el legendario centrohalf de River y de la Selección Nacional. Un hombre
que controlaba la mitad de la cancha y, desde allí, sin correr mucho,
distribuía con sapiencia el balón hacia sus compañeros mejor ubicados. Pero
sucedió algo que llamó notablemente la atención.
El crack marplatense no solo controlaba el medio juego, sino que cuando veía la oportunidad se iba al ataque con todo en busca de vulnerar el arco rival. Fue así como a su gran actuación como mediocampista le sumó dos goles que conquistó con gran calidad.
El crack marplatense no solo controlaba el medio juego, sino que cuando veía la oportunidad se iba al ataque con todo en busca de vulnerar el arco rival. Fue así como a su gran actuación como mediocampista le sumó dos goles que conquistó con gran calidad.
Al día siguiente, “La Verdad” se deshizo
en elogios sobre la calidad futbolística del crack importado y sobre la
sabiduría y audacia de la comisión directiva del Club Ferroviario al decidir
hacer una gran inversión en un jugador de clase para revitalizar al primer
equipo de ese histórico club. En ese elogio iba incluida también una
auto-aprobación, ya que había sido “La Verdad” la que primero había hablado de
las grandes condiciones futbolísticas del jugador marplatense cuando todo el pueblo
opinaba que debería tratarse de un tronco que venía a robar unos pesos a
Ayacucho pero ahora la cosa era en serio.
El crack marplatense ya había demostrado, si bien contra un rival de no mucho fuste, que sabía jugar a la pelota, que dominaba con sapiencia la posición de centrohalf de un equipo de primera y que no había venido a Ayacucho a robar, como comentaban los muchachos no muy bien intencionados.
El crack marplatense ya había demostrado, si bien contra un rival de no mucho fuste, que sabía jugar a la pelota, que dominaba con sapiencia la posición de centrohalf de un equipo de primera y que no había venido a Ayacucho a robar, como comentaban los muchachos no muy bien intencionados.
El domingo siguiente, Ferroviario
debía enfrentar al primero de la tabla de posiciones del campeonato, el Club
Atlético Independiente, que contaba entre sus jugadores a varios miembros de la
Selección de Fútbol de Ayacucho, entre los que se destacaban los hermanos ‘Pocho’,
‘Oreja’ y ‘Chichín’ Pérez, y ‘Pelusa’ Cestona, entre otros hombres de
experiencia y gran calidad futbolística.
Todos intuíamos que esa iba a ser
la prueba de fuego para el jugador importado por Ferroviario. Iba a enfrentar a
un grupo de los mejores jugadores de Ayacucho, y por eso las instalaciones de
la cancha de la Liga Ayacuchense de Fútbol estaban completamente llenas a la
hora de inicio del partido.
En aquellos días, la estructura
de los equipos en la cancha difería bastante de la actual. En general, se le prestaba
más atención al ataque que a la defensa. De hecho, se jugaba con cinco delanteros
y cinco defensores, más el arquero. Tal vez por eso los partidos eran más
lindos que los de ahora.
Las denominaciones de las posiciones
eran casi todas palabras inglesas, como también lo eran muchas circunstancias del
juego y las características del terreno. Esto se debía a que el más popular de
nuestros deportes había sido introducido en el país por los ingleses,
inventores del fútbol como de tantos otros deportes. Fue el personal de los ferrocarriles
ingleses el que fundó muchos clubes deportivos, predominantemente de fútbol, a
lo largo y ancho de la Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX.
Aún existen nombres de
importantes clubes deportivos históricos que indican su origen ferroviario. En Buenos
Aires están Ferrocarril Oeste, Talleres de Remedios de Escalada, Club Atlético Central
Argentino de San Martín. En la ‘Chicago Argentina’ está Rosario Central y el ahora
destacado club de rugby Atlético del Rosario. En Córdoba, Talleres de Córdoba y
Central Córdoba, y muchos más diseminados por todo el país. Seguramente, el Club Deportivo y Cultural Ferroviario de Ayacucho tenía un origen similar.
Rápidamente, los argentinos amantes
del fútbol adaptaron las palabras inglesas y las convirtieron al lenguaje criollo.
No sucedió lo mismo con la forma dejugar al fútbol. Basta ver un partido de la
Premier League, la Liga Inglesa de Fútbol, para darse cuenta de que nuestra forma
de jugar y entender este deporte tiene poco que ver con la de los inventores del
fútbol.
Así es que al terreno de juego se
le llamaba el field. A los tiros de esquina, córners. A las infracciones,
fouls. A la posición adelantada, offside.
Cuando se tocaba la pelota con la mano, se lo denominaba hand. Cuando se hacía
un saque del lateral, se hablaba de un throwin. El ‘Coco’ Basile, conocido director
técnico argentino, sigue hablando aún hoy en día de los players (jugadores). A quien
dirigía el match se lo denominaba referee. Y esa costumbre de utilizar las palabras
inglesas se extendió para denominar las posiciones de cada equipo.
Al arquero se lo denominaba
golkeeper. En el fondo de la defensa se jugaba con dos fullbacks, que hoy
serían el primer y el segundo marcador central. La línea media estaba compuesta
por tres jugadores. Dos halves (half en singular) por los costados derecho e
izquierdo del terreno y un centerhalf operando por la mitad de la cancha. La
delantera estaba formada por cinco atacantes, dos wingers (winger en singular),
los wingers derecho e izquierdo. Dos insiders (insider en singular) que
operaban entre los wingers y el centro del ataque, y finalmente, en la posición
de centrodelantero, el denominado centerforward.
Todas estas palabras inglesas
sufrieron una doble adaptación. En primer lugar, se castellanizaron. Pero
inmediatamente nuestros hinchas las argentinizaron. Así, en el lenguaje del tablón,
el golkeeper pasó a ser el arquero.
El fullback pasó a ser el fulbac,
los halves pasaron a ser los has (has también en singular), el centerhalf pasó
a denominarse centrohas. El winger pasó a llamarse wing, el insider, insay, y
el center forward, el centrofobal. La posición adelantada pasó a llamarse orsay
y al hand los muchachos lo denominaron han. También la palabra club y clubs (en
plural) provenían del inglés y pasaron a denominarse el clú y los clús en plural.
El legendario director técnico de Boca Juniors, el ‘Toto’ Lorenzo, era famoso por
hablar del clú y de los clús.
Esta explicación tiene que ver
con la historia que estamos contando, pues el crack marplatense jugaba de
centro has (centerhalf), quien para ejercer adecuadamente su función de
ordenador del medio juego debía ser asistido en las bandas por dos has (halves
en lenguaje inglés).
Es así como el partido que iba a
demostrar el calibre del crack marplatense comenzó ante la gran expectativa
reinante. Desde temprano, pudo apreciarse que los experimentados jugadores de Independiente
habían estudiado la forma de jugar de Ferroviario y la de su nuevo centrohalf
marplatense. Lo que los hermanos Pérez y sus compañeros habían percibido era
que el centrohalf atlántico era muy buen jugador, pero que sus halves (los has)
que tenían que asistirlo adecuadamente no estaban ni remotamente a la altura
del jugador importado. La clave para neutralizarlo era, pues, formar un triángulo
rodeándolo y hacer que los jugadores con mejor domino del balón se pasaran la
pelota de uno a otro sin dejar que el centrohalf de Ferroviario pudiera tocarla.
Y así pasaron unos treinta
minutos del primer tiempo. Los de Independiente, jugando el balón al ras del piso
y con un ‘tomala vos, dámela a mí’ impresionante. El crack marplatense no
lograba tocar la pelota. Cuando iba para un lado a marcar, ya se la habían pasado
a otro jugador que estaba frente a él, y el que la recibía la pasaba
rápidamente a un compañero que tenía en el otro lado antes que el centrohalf
pudiera llegar a tocarla.
Este juego podían hacerlo los de Independiente debido al muy bajo nivel de los halves de Ferroviario (los has) que, en teoría, debían asistir al crack importado. Independiente ya se había puesto dos a cero y el marplatense se estaba comiendo el baile de su vida. La hinchada roja lo ‘gastaba’ al grito de “ole, ole” cada vez que los cracks de Independiente le hacían olfatear la pelota al marplatense sin dejársela tocar. Fue así como en un momento, llevado por la desesperación, separó en la mitad del círculo central, dejó de jugar y, elevando sus brazos al cielo, gritó con todas las fuerzas de sus pulmones: ¡Dios, dame has!
Este juego podían hacerlo los de Independiente debido al muy bajo nivel de los halves de Ferroviario (los has) que, en teoría, debían asistir al crack importado. Independiente ya se había puesto dos a cero y el marplatense se estaba comiendo el baile de su vida. La hinchada roja lo ‘gastaba’ al grito de “ole, ole” cada vez que los cracks de Independiente le hacían olfatear la pelota al marplatense sin dejársela tocar. Fue así como en un momento, llevado por la desesperación, separó en la mitad del círculo central, dejó de jugar y, elevando sus brazos al cielo, gritó con todas las fuerzas de sus pulmones: ¡Dios, dame has!
Creo que allí concluyó la carrera
del crack marplatense en Ayacucho. Ni la belleza de las jóvenes locales ni los famosos
asados ayacuchenses pudieron retenerlo. De esta historia saqué una conclusión
que me ha ayudado en diferentes momentos de mi vida. Aprendí que el fútbol,
como la mayoría de las actividades de la vida, es un juego colectivo. Un equipo
de fútbol puede contar con un súper crack, pero si sus compañeros no son buenos
y no lo acompañan y juegan en equipo con él, el fracaso está garantizado.
Tal vez los dirigentes de Ferroviario conocían esta verdad, pero probablemente cayeron en la trampa de creer en el espejismo de que con un solo jugador de calidad iba a ser suficiente para llevar a su querido equipo a las primeras posiciones. En descargo de ellos, digo que este error también es cometido muy seguido por los dirigentes de los clubes de fútbol de Buenos Aires. Y en efecto, eso no era posible. El cuadro no solo carecía de has, como reclamaba el centrohalf marplatense, sino que los demás jugadores no podían hacer realidad el sueño de los dirigentes. Ponían empeño, pero les faltaba calidad.
Tal vez los dirigentes de Ferroviario conocían esta verdad, pero probablemente cayeron en la trampa de creer en el espejismo de que con un solo jugador de calidad iba a ser suficiente para llevar a su querido equipo a las primeras posiciones. En descargo de ellos, digo que este error también es cometido muy seguido por los dirigentes de los clubes de fútbol de Buenos Aires. Y en efecto, eso no era posible. El cuadro no solo carecía de has, como reclamaba el centrohalf marplatense, sino que los demás jugadores no podían hacer realidad el sueño de los dirigentes. Ponían empeño, pero les faltaba calidad.
Cuando en diferentes
circunstancias de la vida he visto a personas tener que luchar para lograr
objetivos difíciles sin contar con asistentes que estuvieran a la altura de los
desafíos que se planteaban, ha venido a mi mente el recuerdo de aquel número 5
marplatense que importó el Club Ferroviario de Ayacucho, y me he imaginado a
esas personas elevando sus brazos al cielo y gritando lo más fuerte posible la
famosa exclamación de aquel virtuoso centro half marplatense: “¡Dios, dame
has!”.
(cuento, basado en un hecho real, extraído del excelente libro de
historias ayacuchenses de Carlos Connolly, "Historias de una infancia
feliz: un puente en el tiempo", Ed. Deano.com, página 270.
Agradezco a mi querido amigo
'Cato' Connolly la autorización para poder publicar este cuento, y de ese modo poder compartirlo con todos ustedes)
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