miércoles, 9 de abril de 2014

Dios, dame "has" (cuento)



En el fútbol del pueblo de aquellos años, era raro ver pasar a un jugador de un club a otro. En general existía una gran fidelidad por los colores que se vestían. Cuando comenzaba a jugarse en las inferiores de una entidad, lo normal era que se continuara en esta hasta culminar la carrera. Es cierto que había excepciones, pero eran las menos.

Al igual que en el fútbol grande de la Argentina, cada club tenía sus jugadores emblema, aquellos que definían el perfil del equipo. Era casi impensable que uno de esos jugadores pudiera abandonar su club para ir a vestir los colores de alguno de sus enconados rivales.

Tampoco era común que vinieran a jugar a la liga local muchachos que se desempeñaban en otras ligas. El fútbol era amateur, y para hacer que algún jugador bueno de otra ciudad viniera a jugar a algún club de Ayacucho, era obvio que había que poner unos cuantos pesos. Y como plata precisamente no era lo que abundaba en nuestros clubes, la liga local se nutría de los muchachos que iban surgiendo de las inferiores de las entidades locales. Sí hubo algunos casos inversos, muchachos que jugaban bien en Ayacucho y que fueron a jugar a alguna otra Federación más competitiva. Uno de esos casos fue el de mi compañero de equipo del Baby Fútbol, ‘Carita’Gourriet, que entiendo anduvo exhibiendo su calidad en otros torneos más importantes.Es por eso que un día una noticia bomba sacudió el normalmente tranquilo ámbito del fútbol ayacuchense.

El diario local “La Verdad” publicó en forma exclusiva en su sección de deportes que el Club Deportivo y Cultural Ferroviario, una de las instituciones señeras del fútbol local, había contratado para jugar en su primer equipo a un prestigioso centrohalf proveniente de Mar del Plata. La cosa resultaba casi increíble, pues la distancia futbolística y económica entre los torneos marplatenses y ayacuchense era sideral.

En realidad, todos pensamos que debería tratarse de un jugador mediocre de Mar del Plata que por algunos pesos se iba a venir a divertir los fines de semana a nuestro pueblo jugando para Ferroviario. Pero el diario daba a entender otra cosa. Afirmaba que se trataba de un muy buen jugador que habría aceptado una jugosa oferta de los directivos del club del riel. Al parecer, algunos socios adinerados de Ferroviario, cansados de ver a su club languidecer en las posiciones de abajo de la tabla, añorando épocas mejores y notando que el equipo carecía de alguien de calidad en la mitad de la cancha que organizara el juego, pusieron unos cuantos pesos y fueron a Mar del Plata a interesar a un jugador de primer nivel de esa liga.

Está demás decir que se creó una gran expectativa para ver qué tan bueno era el futbolista importado por Ferroviario. En la edición de “La Verdad” del sábado, el día anterior del debut del marplatense, salió una entrevista que le habían realizado y en la cual el crack importado hablaba de su ilusión de triunfar en el fútbol de Ayacucho y poder llevar al Club Ferroviario a lo más alto de la tabla de posiciones local. También hizo mención a la belleza increíble de las chicas de Ayacucho y a la calidad de los bifes y asados que podían comerse en el pueblo. 

Al parecer, estos dos últimos atractivos terminaron de decidirlo a venir a jugar a un club del torneo local. Todo estaba dado para el gran debut. Ese domingo muchos amantes del fútbol fuimos a ver al centrohalf marplatense. Era un partido accesible para Ferroviario. Creo que jugaba contra el Aero Club, entidad que andaba por la mitad de la tabla deposiciones en ese momento. 

Cuando el crack marplatense entró en la cancha encabezando la fila de jugadores de Ferroviario, vimos (o quisimos ver) que el hombre tenía pinta de crack. A poco de iniciado el encuentro, pudimos apreciar que no solo era pinta lo que tenía. Jugaba con prestancia y dominaba ampliamente el sector central del juego. Era un centro half al estilo ‘Pipo’ Rossi, el legendario centrohalf de River y de la Selección Nacional. Un hombre que controlaba la mitad de la cancha y, desde allí, sin correr mucho, distribuía con sapiencia el balón hacia sus compañeros mejor ubicados. Pero sucedió algo que llamó notablemente la atención.

El crack marplatense no solo controlaba el medio juego, sino que cuando veía la oportunidad se iba al ataque con todo en busca de vulnerar el arco rival. Fue así como a su gran actuación como mediocampista le sumó dos goles que conquistó con gran calidad.

Al día siguiente, “La Verdad” se deshizo en elogios sobre la calidad futbolística del crack importado y sobre la sabiduría y audacia de la comisión directiva del Club Ferroviario al decidir hacer una gran inversión en un jugador de clase para revitalizar al primer equipo de ese histórico club. En ese elogio iba incluida también una auto-aprobación, ya que había sido “La Verdad” la que primero había hablado de las grandes condiciones futbolísticas del jugador marplatense cuando todo el pueblo opinaba que debería tratarse de un tronco que venía a robar unos pesos a Ayacucho pero ahora la cosa era en serio.

El crack marplatense ya había demostrado, si bien contra un rival de no mucho fuste, que sabía jugar a la pelota, que dominaba con sapiencia la posición de centrohalf de un equipo de primera y que no había venido a Ayacucho a robar, como comentaban los muchachos no muy bien intencionados.

El domingo siguiente, Ferroviario debía enfrentar al primero de la tabla de posiciones del campeonato, el Club Atlético Independiente, que contaba entre sus jugadores a varios miembros de la Selección de Fútbol de Ayacucho, entre los que se destacaban los hermanos ‘Pocho’, ‘Oreja’ y ‘Chichín’ Pérez, y ‘Pelusa’ Cestona, entre otros hombres de experiencia y gran calidad futbolística.

Todos intuíamos que esa iba a ser la prueba de fuego para el jugador importado por Ferroviario. Iba a enfrentar a un grupo de los mejores jugadores de Ayacucho, y por eso las instalaciones de la cancha de la Liga Ayacuchense de Fútbol estaban completamente llenas a la hora de inicio del partido.

En aquellos días, la estructura de los equipos en la cancha difería bastante de la actual. En general, se le prestaba más atención al ataque que a la defensa. De hecho, se jugaba con cinco delanteros y cinco defensores, más el arquero. Tal vez por eso los partidos eran más lindos que los de ahora. 

Las denominaciones de las posiciones eran casi todas palabras inglesas, como también lo eran muchas circunstancias del juego y las características del terreno. Esto se debía a que el más popular de nuestros deportes había sido introducido en el país por los ingleses, inventores del fútbol como de tantos otros deportes. Fue el personal de los ferrocarriles ingleses el que fundó muchos clubes deportivos, predominantemente de fútbol, a lo largo y ancho de la Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX.

Aún existen nombres de importantes clubes deportivos históricos que indican su origen ferroviario. En Buenos Aires están Ferrocarril Oeste, Talleres de Remedios de Escalada, Club Atlético Central Argentino de San Martín. En la ‘Chicago Argentina’ está Rosario Central y el ahora destacado club de rugby Atlético del Rosario. En Córdoba, Talleres de Córdoba y Central Córdoba, y muchos más diseminados por todo el país. Seguramente, el Club Deportivo y Cultural Ferroviario de Ayacucho tenía un origen similar.

Rápidamente, los argentinos amantes del fútbol adaptaron las palabras inglesas y las convirtieron al lenguaje criollo. No sucedió lo mismo con la forma dejugar al fútbol. Basta ver un partido de la Premier League, la Liga Inglesa de Fútbol, para darse cuenta de que nuestra forma de jugar y entender este deporte tiene poco que ver con la de los inventores del fútbol.

Así es que al terreno de juego se le llamaba el field. A los tiros de esquina, córners. A las infracciones, fouls. A la posición adelantada, offside. Cuando se tocaba la pelota con la mano, se lo denominaba hand. Cuando se hacía un saque del lateral, se hablaba de un throwin. El ‘Coco’ Basile, conocido director técnico argentino, sigue hablando aún hoy en día de los players (jugadores). A quien dirigía el match se lo denominaba referee. Y esa costumbre de utilizar las palabras inglesas se extendió para denominar las posiciones de cada equipo. 

Al arquero se lo denominaba golkeeper. En el fondo de la defensa se jugaba con dos fullbacks, que hoy serían el primer y el segundo marcador central. La línea media estaba compuesta por tres jugadores. Dos halves (half en singular) por los costados derecho e izquierdo del terreno y un centerhalf operando por la mitad de la cancha. La delantera estaba formada por cinco atacantes, dos wingers (winger en singular), los wingers derecho e izquierdo. Dos insiders (insider en singular) que operaban entre los wingers y el centro del ataque, y finalmente, en la posición de centrodelantero, el denominado centerforward.

Todas estas palabras inglesas sufrieron una doble adaptación. En primer lugar, se castellanizaron. Pero inmediatamente nuestros hinchas las argentinizaron. Así, en el lenguaje del tablón, el golkeeper pasó a ser el arquero.

El fullback pasó a ser el fulbac, los halves pasaron a ser los has (has también en singular), el centerhalf pasó a denominarse centrohas. El winger pasó a llamarse wing, el insider, insay, y el center forward, el centrofobal. La posición adelantada pasó a llamarse orsay y al hand los muchachos lo denominaron han. También la palabra club y clubs (en plural) provenían del inglés y pasaron a denominarse el clú y los clús en plural. El legendario director técnico de Boca Juniors, el ‘Toto’ Lorenzo, era famoso por hablar del clú y de los clús.

Esta explicación tiene que ver con la historia que estamos contando, pues el crack marplatense jugaba de centro has (centerhalf), quien para ejercer adecuadamente su función de ordenador del medio juego debía ser asistido en las bandas por dos has (halves en lenguaje inglés).

Es así como el partido que iba a demostrar el calibre del crack marplatense comenzó ante la gran expectativa reinante. Desde temprano, pudo apreciarse que los experimentados jugadores de Independiente habían estudiado la forma de jugar de Ferroviario y la de su nuevo centrohalf marplatense. Lo que los hermanos Pérez y sus compañeros habían percibido era que el centrohalf atlántico era muy buen jugador, pero que sus halves (los has) que tenían que asistirlo adecuadamente no estaban ni remotamente a la altura del jugador importado. La clave para neutralizarlo era, pues, formar un triángulo rodeándolo y hacer que los jugadores con mejor domino del balón se pasaran la pelota de uno a otro sin dejar que el centrohalf de Ferroviario pudiera tocarla. 

Y así pasaron unos treinta minutos del primer tiempo. Los de Independiente, jugando el balón al ras del piso y con un ‘tomala vos, dámela a mí’ impresionante. El crack marplatense no lograba tocar la pelota. Cuando iba para un lado a marcar, ya se la habían pasado a otro jugador que estaba frente a él, y el que la recibía la pasaba rápidamente a un compañero que tenía en el otro lado antes que el centrohalf pudiera llegar a tocarla.

Este juego podían hacerlo los de Independiente debido al muy bajo nivel de los halves de Ferroviario (los has) que, en teoría, debían asistir al crack importado. Independiente ya se había puesto dos a cero y el marplatense se estaba comiendo el baile de su vida. La hinchada roja lo ‘gastaba’ al grito de “ole, ole” cada vez que los cracks de Independiente le hacían olfatear la pelota al marplatense sin dejársela tocar. Fue así como en un momento, llevado por la desesperación, separó en la mitad del círculo central, dejó de jugar y, elevando sus brazos al cielo, gritó con todas las fuerzas de sus pulmones: ¡Dios, dame has!

Creo que allí concluyó la carrera del crack marplatense en Ayacucho. Ni la belleza de las jóvenes locales ni los famosos asados ayacuchenses pudieron retenerlo. De esta historia saqué una conclusión que me ha ayudado en diferentes momentos de mi vida. Aprendí que el fútbol, como la mayoría de las actividades de la vida, es un juego colectivo. Un equipo de fútbol puede contar con un súper crack, pero si sus compañeros no son buenos y no lo acompañan y juegan en equipo con él, el fracaso está garantizado.

Tal vez los dirigentes de Ferroviario conocían esta verdad, pero probablemente cayeron en la trampa de creer en el espejismo de que con un solo jugador de calidad iba a ser suficiente para llevar a su querido equipo a las primeras posiciones. En descargo de ellos, digo que este error también es cometido muy seguido por los dirigentes de los clubes de fútbol de Buenos Aires. Y en efecto, eso no era posible. El cuadro no solo carecía de has, como reclamaba el centrohalf marplatense, sino que los demás jugadores no podían hacer realidad el sueño de los dirigentes. Ponían empeño, pero les faltaba calidad.

Cuando en diferentes circunstancias de la vida he visto a personas tener que luchar para lograr objetivos difíciles sin contar con asistentes que estuvieran a la altura de los desafíos que se planteaban, ha venido a mi mente el recuerdo de aquel número 5 marplatense que importó el Club Ferroviario de Ayacucho, y me he imaginado a esas personas elevando sus brazos al cielo y gritando lo más fuerte posible la famosa exclamación de aquel virtuoso centro half marplatense: “¡Dios, dame has!”.

(cuento, basado en un hecho real, extraído del excelente libro de historias ayacuchenses de Carlos Connolly, "Historias de una infancia feliz: un puente en el tiempo", Ed. Deano.com, página 270.
Agradezco a mi querido amigo 'Cato' Connolly la autorización para poder publicar este cuento, y de ese modo poder compartirlo con todos ustedes)

0 comentarios: