Hace ya unos cuantos años, a
fines de la década de 1960, me encontré de casualidad en Buenos Aires con el
Doctor Iriarte, que en realidad para mí era -y es- simplemente Aníbal, mi gran
amigo de la infancia en Ayacucho, ese hermoso pueblo de la Provincia de Buenos
Aires en el que ambos nos habíamos criado.
Nos veíamos poco pues él seguía
viviendo en nuestra ciudad ejerciendo la medicina, y a mí la vida me había
llevado a radicarme en la Capital Federal. Como era usual en nuestros
esporádicos encuentros, hablamos bastante sobre qué había sido de la vida de
nuestros amigos comunes del pueblo, y de otras novedades del mismo.
Así fue que me dijo: ¿te acordás de Miguel Didío, al que le
llamaban ‘Vagancia’, y que vivía al lado de la comisaría del pueblo, enfrente de
la casa de nuestro amigo ‘Fedo’ Vago? Le respondí que, efectivamente, me
acordaba de él pues habíamos cursado juntos muchos años del primario en la
Escuela Número 1. Le dije que, además de conocerlo, sabía perfectamente que su
apodo le calzaba bien en base a lo que me acordaba del desempeño de Miguel en
la escuela. El estudio no era su fuerte.
Me contó que el aparente poco
tiempo y esfuerzo que Miguel había dedicado al estudio lo había volcado de
manera superlativa hacia el fútbol. Él, prácticamente, había nacido en el Club
Sarmiento de Ayacucho. Sus tíos, José y Vicente, habían sido miembros del grupo
de entusiastas y humildes muchachos que en 1922 habían fundado el Sport Club, que es como Sarmiento se llamó inicialmente.
Su papá Pedro Didío, al que le
decían ‘Perico’, menor que ellos, se sumó desde chico al club. Yo lo recordaba
a Miguel jugando con los pibes de Sarmiento. Fue Pedro, su papá, quien le
inculcó el gusto por el fútbol y le enseñó las nociones más básicas de cómo
jugar. Pero también le había inculcado los valores fundamentales que entendía,
requería la práctica del fútbol y la vida misma. El amor y la fidelidad a los
colores de su club, Sarmiento de Ayacucho, el respeto por sus compañeros y, lo
que era más importante, por los circunstanciales rivales y por quienes dirigían
los partidos. ‘Perico’ le había enseñado que era bueno y necesario ganar, pero
que había que hacerlo jugando al fútbol, con buenas artes y no de cualquier
manera.
Esos valores los había traído de
su Italia natal 'Domingo', el papá de Pedro y abuelo de Miguel, que era de esos
tanos de fierro que con su esfuerzo y honradez construyeron la Argentina.
Hombres que en muchos casos vinieron muy jóvenes y solos a estas tierras y que
a pesar de ser muy pobres no cambiaban sus creencias y valores por nada del
mundo, porque fueron esos valores de trabajo honrado y de familia, los que les
habían sido inculcados por sus mayores y los que los sostuvieron en aquellos
años duros en que dejaron lejos a su tierra, y a sus seres queridos, para venir
a construir sus vidas en esta nueva patria. Es así que ‘Perico’ los heredó de
su viejo, el ‘tano Domingo’ y se los transmitió, sin anestesia ni concesiones,
a su hijo Miguel.
'Perico' Didío, padre de Miguel
Por lo que me contó Aníbal, había
descollado en el Club Sarmiento hasta llegar a la Primera División del mismo en
la posición de volante central, el clásico número cinco de aquellos años, y que
había sido parte fundamental de la formación del Club Sarmiento que ganó
consecutivamente dieciséis Campeonatos de Primera División de la Liga Ayacuchense
de Fútbol. Además, me contó que esas grandes performances en su club hicieron
que fuera incorporado a la Selección de Fútbol de Ayacucho a edad temprana. Tan
buena había sido su evolución, que los entendidos del fútbol local decían que
debería figurar en el Seleccionado de Ayacucho de todos los tiempos.
‘Vagancia’ tenía grandes
condiciones pero le faltaba pulirlas para dar el salto de calidad que su fútbol
pedía a gritos. Y fue el ‘Maestro’ Miguel Ángel Dodero, aquel gran jugador
integrante del plantel de Racing tri-campeón argentino 1949-1950-1951 quien con
su sapiencia lo ilustró, cuando fue a Ayacucho años después a dirigir la
Selección local, sobre las cosas que debería hacer para convertirse en un jugador
de elite. Le enseñó cómo pararse en la cancha, como correr inteligentemente agregando
valor a su juego y a su aporte al equipo, lo instruyó sobre el valor de la
concentración en el juego, sobre como pegarle a la pelota en tiros libres y
penales, y la importancia del entrenamiento permanente, la vida sana y la
alimentación adecuada.
Al cabo de unos pocos años su
gran nivel futbolístico se había chocado con el techo que le ponía a su talento
la limitada liga local de fútbol. Muchas veces se había comentado que varios
clubes importantes de la Provincia de Buenos Aires lo habían tentado a emigrar
ofreciéndole posibilidades económicas y futbolísticas, que no podría tener en
su ciudad. Pero Miguel siguió siendo fiel a su querido Sarmiento, y a sus
colores rojo y negro, y prefirió seguir jugando con sus compañeros de siempre
en su club, tal como le había enseñado su querido padre.
Pero un día ‘Perico’ partió de
esta vida y como dice el tango “pasó a
ser recuerdo”. Yo no estaría todos los domingos en la cancha de La Liga
viendo jugar a su hijo. La calidad del fútbol de Miguel siguió creciendo y su
fama llegó a otras asociaciones de fútbol importantes de la provincia hasta que
un día de 1966 un contrato muy tentador lo llevó a jugar al equipo más
importante de la ciudad de Pergamino. El Douglas Haig. Nadie en Sarmiento ni en
el pueblo le había reprochado el pase. Ya había hecho mucho por su club y por
la Selección de Ayacucho y era lógico que en el pico de su carrera fuera a
ganar fama y unos buenos pesos a otras ligas más poderosas.
En Sarmiento soñaban con verlo
llegar a alguno de las grandes instituciones de la Primera División del país.
Pensaban que clase le sobraba. Sus compañeros de equipo estaban convencidos de
su talento y de las posibilidades que tenía Miguel de triunfar lejos del pueblo
y del club que lo vio nacer y crecer. Su triunfo sería el de todos los
muchachos del club y también el del fútbol de Ayacucho.
Ya no estaba su querido viejo
para recordarle que debía ser fiel a su club hasta el día final. Que eso era lo
importante, y que el dinero no vale nada si uno traiciona sus colores y sus
valores. Miguel conocía de memoria las enseñanzas de su padre, pero pensó en
ese momento que él era un hombre y debía ahora elegir el camino a seguir. Se ve
que especulaba que sus tiempos no eran los de su padre, y que el crecer hacia
ligas mayores no significaba una traición a los principios que el viejo le
había inculcado. Él seguiría siendo fiel a ellos, pero en otro equipo.
Por otra
parte, resonaban en su mente las enseñanzas del ‘Maestro’ Dodero incitándolo a
ser un verdadero profesional y a crecer cada día más en su fútbol. Aliviaba su
dolor, y sensación de estar traicionando a su ‘viejo’, el hecho que Douglas
Haig tuviera los mismos colores que su querido Sarmiento. Las camisetas eran
idénticas: rojas y negras a rayas verticales.
Así fue que Miguel pasó a formar
parte del plantel superior del gran equipo de Pergamino, pero había logrado
introducir una cláusula en su contrato que indicaba que deberían permitirle
regresar a jugar a Ayacucho cada vez que la Selección de la ciudad lo
reclamara. Al igual que en su Sarmiento y en la Selección de Ayacucho ‘Vagancia’
descolló por su calidad futbolística, su pinta de crack y su hombría de bien.
Aníbal me contó que quiso el destino
que pasaran unos pocos años y que el Club Atlético Sarmiento de Ayacucho, en
una actuación inédita para un equipo de la liga local, llegara a disputar la
final del Torneo Provincial de Fútbol de ese año, 1969, campeonato que reunía a
los equipos campeones de todas las ciudades de la Provincia de Buenos Aires.
Había derrotado en la semifinal a Santamarina de Tandil en un agónico y
milagroso 2 a 1 de visitante en una actuación para el recuerdo.
Si había un equipo de Ayacucho
que podría haber llegado tan lejos era precisamente ese de Sarmiento, múltiple
campeón de la Liga local. Pero que los rojinegros estuvieran en esa final no
sorprendía tanto, ya que el fútbol de Ayacucho estaba pasando por el que tal
vez haya sido su período de mayor esplendor. El año anterior la Selección local
había llegado a la puerta de la final del torneo provincial correspondiente al
entonces llamado “Campeonato Argentino”, y Miguel había sido parte de esa
Selección.
Nunca un cuadro de fútbol de mi
pueblo había pasado de los cuartos de final del Torneo Provincial de Clubes
Campeones. El hecho de estar entre los ocho mejores de la Provincia era de por
sí una hazaña casi imposible de plasmar. Era lógico. Ese territorio estaba
monopolizado por los grandes clubes de las ciudades más importantes de la
Provincia. Allí brillaban los equipos de Bahía Blanca, de Tandil, de Mar del
Plata, de Olavarría, de Pergamino, de Junín, de Tres Arroyos, etc., pero nunca
uno de las ciudades más pequeñas como Ayacucho. Sus equipos más importantes
eran rentados, o por lo menos sus mejores jugadores lo eran.
Para un club de
Ayacucho el ganarle algún partido a esos grandes era posible, de hecho alguna
vez lo habían logrado, pero era visto por propios y extraños como una verdadera
proeza. Pero soñar en disputar las primeras posiciones en el torneo provincial
era casi impensable.
La final del campeonato se iba a
jugar en un par de semanas, más precisamente el 25 de Octubre de 1969, y ante
el asombro de todos allí estaría Sarmiento de Ayacucho representando a todas
las ciudades ‘chicas’ de la provincia. Pero llegaba a esa instancia final sin
uno de sus cracks históricos, ‘Vagancia’ Miguel Didío, pero contaba con otros
jugadores de fuste como ‘Pocho’ Guisande, el ‘Zurdo’ Mingone, el gran arquero ‘Torta’
González”, ‘Carita’ Gourriet y otros jugadores consagrados, que junto a ‘Vagancia’
habían construido la leyenda histórica de Sarmiento de Ayacucho.
Eduardo 'Torta' González, Miguel 'Vagancia' Didío y Néstor 'Pocho' Eloiza
Por desgracia, el otro finalista
era Douglas Haig de Pergamino el poderoso equipo en el que descollaba Miguel en
ese momento. La industria textil estaba en su apogeo en la ciudad de Pergamino
y los empresarios del rubro ponían dinero fuerte para tratar de llevar a su
querido club a las divisiones más importantes del fútbol de nuestro país. No
les faltaba ni plata ni ganas. Venía de ganar cómodo su semifinal contra Olimpo
de Bahía Blanca por dos a cero. Para los pergaminenses la final lucía fácil
contra el que creían era, y con razón, un ‘equipo menor’, de una ciudad mucho
más pequeña y con todos sus jugadores amateurs.
La final se jugaría en el viejo
Estadio San Martín de Mar del Plata. Atrapado por estas circunstancias
excepcionales que me había contado mi amigo decidí viajar a la “ciudad feliz”
para presenciar el encuentro y ver nuevamente en acción a mi antiguo compañero
de la escuela y verificar si, como me había dicho Aníbal, Miguel se había
convertido en un gran jugador de clase nacional.
Obviamente mis simpatías estaban
con Sarmiento, el campeón de Ayacucho, equipo que tenía la posibilidad de
lograr una hazaña que había estado fuera del alcance de los demás campeones de
mi ciudad que habían participado en este torneo.
Por otra parte, la presencia de ‘Vagancia’
en el once contrario hacía que algo en mi quisiera que mi ex compañero de
escuela descosiera la pelota con su calidad para que todos lo vieran. Al fin de
cuentas él era una perla surgida del gran fútbol ayacuchense.
El estadio estaba absolutamente
completo. Debería haber una multitud de unas veinte mil personas. Se veían
camisetas rojas y negras a rayas por todos lados. Pero las dos terceras partes
hinchaban por el cuadro de Pergamino. El equipo ‘grande’, es decir Douglas Haig,
había tenido el privilegio de conservar en el sorteo su camiseta original de
bastones rojos y negros verticales. Sarmiento de Ayacucho había optado por una
alternativa totalmente blanca, con vivos rojos y negros. Ese era otro dato que
nos indicaba, o nosotros queríamos creer que nos indicaba, que los Dioses del
Olimpo, o tal vez, Dioses más terrenales, como las autoridades de la Federación
de Clubes de la Provincia de Buenos Aires, se inclinaban abiertamente hacia el
equipo pergaminense.
Quisiera decir que el partido fue
parejo, pero en realidad en la cancha se notaba demasiado la diferencia de
calidad entre un equipo profesional, Douglas Haig, y uno amateur Sarmiento de
Ayacucho. El juego atildado de los de Pergamino dirigidos dentro del rectángulo
por ‘Vagancia’ no podía ser controlado adecuadamente por el medio campo y la
defensa de los de Ayacucho al punto tal que la figura de Sarmiento era sin
lugar a dudas su arquero, el ‘Torta’ González, quien en una tarde inolvidable
sacó varias pelotas que normalmente hubiera tenido que ir a buscarlas al fondo
de su arco.
No es que Sarmiento jugó todo el
partido colgado del travesaño, pero su planteo táctico conservador inicial (5-4-1),
por momentos pasó a ser 5-5, y que por largos minutos llegó a ser 10-0, le
había dado resultado hasta los 30 minutos del segundo tiempo, momento en que la
desesperación llevó a los muchachos de Douglas Haig a ir con todos sus hombres
a buscar el triunfo “como fuera”. Se olvidaron de su habitual “jogo bonito” y
ante la maraña de piernas que les presentaba Sarmiento, optaron por hacer
llover centros sobre el área rival, la mayoría de los cuales eran despejados
por la heroica defensa de Sarmiento, y los que no, pegaban en alguno de los
palos o los sacaba el ‘Torta’ González en voladas increíbles.
La performance de Miguel no había
sido demasiado destacada, pero igual se veía que Douglas Haig dependía mucho de
su calidad futbolística para armar el juego y ordenar a su equipo.
Llegando al minuto 30 del segundo
tiempo con el resultado 0 a 0, y en medio de ese dominio total del Douglas, la
defensa de Sarmiento rechazó una pelota larga, la que fue tomada por ‘Pocho’
Guisande, su wing derecho, cuando cruzaba la mitad de la cancha. ‘Pocho’ picó
raudamente hacia el arco rival. Se produjo un silencio total entre los hinchas
de Pergamino y una esperanza incrédula entre los de Ayacucho. Nos parecía estar
viendo a Alcides Ghiggia, el gran wing del seleccionado uruguayo corriendo en
el Maracaná hacia el arco rival para convertir el gol del triunfo uruguayo ante
Brasil con el que los ‘celestes’ conquistaron la Copa del Mundo de 1950. Y al
igual que en aquel histórico partido vimos como ‘Pocho’ Guisande entrando al
área convertía el gol de Sarmiento con un tiro cruzado al segundo palo. Veíamos
la pelota dentro del arco, pero no lo podíamos creer. Sarmiento estaba a quince
minutos de la gloria.
Ni que hablar que el domino de
Douglas Haig fue absoluto en esos últimos minutos del partido. Evoco que
pegaron dos tiros en los palos y uno en el travesaño, y que la defensa sacó dos
pelotas sobre la línea. Fue así que se llegó al minuto cuarenta y cinco del
segundo tiempo, y en el enésimo centro tirado por los muchachos de Pergamino
sobre el área de Sarmiento vimos que el referí cobraba penal a favor de Douglas
Haig. No lo podíamos creer. No sabíamos que había cobrado.
Aparentemente, según las señas
que hacía el referí, la pelota había rozado el brazo de un defensor de
Sarmiento y él, en un fallo absolutamente absurdo pues nadie en las tribunas
había visto esa infracción, entendió que la mano había sido intencional. Había
sensación de “partido afanado” en las tribunas. Parecía que los directivos de la
Federación de Clubes de la Provincia habían determinado que una institución de
una ciudad chica “no podía salir campeón
provincial”. La prueba estaba ante los ojos de quienes la quisieran ver.
Los que hinchábamos por Sarmiento
presentíamos que si metían el penal sería el final del sueño. Habría alargue, y
dado el agotamiento total que mostraban nuestros muchachos era imposible que
prevalecieran en los 30 minutos adicionales.
El Director Técnico del equipo de
Pergamino seguramente había ordenado que en caso de tener un penal a favor lo
pateara Miguel dado que, tal como me había contado Aníbal, “era un reloj tirando penales”. Los metía a todos. Todo lo que
pateaba iba dentro del arco, y a pocos centímetros de los palos. En sus años en
Douglas Haig solo había errado un tiro desde los once pasos de los muchos que
pateó, y fue un día que jugó con cuarenta grados de fiebre.
Desde la tribuna vi claramente al
DT de Pergamino gritarle a Miguel con autoridad: “sí, lo patea usted Miguel”. Y ante la cara medio incrédula y medio
pidiendo clemencia de ‘Vagancia’ repitió a los gritos para que no quedaran
dudas, “¡lo patea usted Miguel!”.
Visto a la distancia, y en trance
de filosofar, llegué a pensar que como todos los seres humanos tenemos un
momento culminante en nuestras vidas que determina, para bien o para mal, el
camino que tomaremos, ese instante debió haber sido el de la vida de ‘Vagancia’.
Solo frente a la pelota, con veinte mil almas mirándolo, y con el arquero del
equipo de sus amores, el ‘Torta’ González enfrente deseoso de entrar en la
gloria. Sabía que estaban en el estadio ‘observadores’ de clubes de primera
división dispuestos a llevar a sus instituciones a aquellos jugadores que se
destacaran en esta final bonaerense. También estaba en juego su futuro de futbolista.
Seguramente cuando estaba frente
a la pelota repensó todo aquello que hacía de él tan buen pateador de penales. “Nunca tomar una carrera demasiado corta, ni
tampoco demasiada larga”. “No tirar la pelota suavemente ‘a colocar’”. “No
tomar al esférico demasiado abajo, pues se lo tira por sobre el travesaño”.
“Siempre patear fuerte, preferiblemente cruzado y junto al palo”. “Anticipar el
movimiento del arquero e ir al palo contrario”. “Uno de cada cuatro o cinco
penales patearlo al medio y a media altura”. “Solo ‘picarla’ excepcionalmente y
nunca hacerlo en un partido importante”.
También le deben haber venido a
la mente las palabras que, intuyo, su DT le debe haber dicho en el vestuario antes
del partido: “si hay un penal, lo patea
usted, Miguel”. En los momentos importantes el DT seguramente no lo llamaba
‘Vagancia’, sino por su nombre; Miguel. Seguramente en esos instantes trascendentales
lo trataba de “usted”. Le debe haber dicho algo así como; “Sé que esto para usted es difícil Miguel, pero usted es un profesional
y no tengo dudas que a pesar de saber contra quien estamos jugando esta final,
usted cumplirá con su deber de profesional”.
Él, seguramente, no deseaba ser
quien pateara el penal pero no tenía dudas que iba a ser así. El DT tenía
razón. Su ‘Maestro’, Miguel Ángel Dodero, seguramente hubiera suscripto las
palabras de su DT. Él ya era un verdadero profesional e iba a cumplir con la
determinación del Técnico. Por supuesto, no iba a festejar el gol y seguramente
se iba a dirigir a la tribuna de hinchas de Sarmiento pidiendo perdón y
comprensión.
Ciertamente debería saber, o tal
vez intuir, que ahí, en ese preciso momento se definiría quien era y quien iba
a ser él de ahí en más. Se debe haber visto frente a la pelota. A once pasos
del arco y de su destino. Lo vi tranquilo, pero observé que estaba demasiado
cerca del punto penal. No obstante eso caminó hacia el balón y violando otro de
sus principios se vio que abría su pie derecho y suavemente impulsaba la pelota
con el empeine hacia el palo izquierdo del ‘Torta’ González quien anticipando
su clásico tiro fuerte y cruzado se había movido hacia el otro palo. Quedó
descolocado y se vio que era tarde para que intentara revertir su movimiento e
ir hacia el palo al cual se dirigía mansamente la pelota.
Hubo un instante de
silencio absoluto en el estadio. Todos vimos al esférico dirigirse dócilmente,
como en cámara lenta, hacia el arco y pasar a un metro del poste izquierdo. ‘Vagancia’
había errado el penal. La confusión fue total.
El DT de Douglas Haig se agarraba
la cabeza, la hinchada de Pergamino insultaba en todos los idiomas a Miguel y
lo tildaban de traidor. Los observadores de los clubes de Primera División de
Buenos Aires abandonaban presurosamente sus plateas. Los hinchas de Ayacucho no
podían creer que ‘su’ Sarmiento fuera el nuevo Campeón Provincial de Clubes de
Buenos Aires. En esa confusión alcancé a ver a Miguel, solo, arrodillado en el
punto del penal, con el rostro serio pero sereno, elevando sus ojos al cielo y
diciendo algo que a la distancia me pareció que era un… “gracias viejo”.
Rememorando la escena con el paso
de los años creo que ‘Vagancia’ seguramente supo ni bien vio que la pelota iba
afuera que no era él quien erró el penal, sino que habían sido los principios
que su viejo le había inculcado desde niño los que se apropiaron de su alma e
hicieron que desviara el tiro. Con la ayuda de su padre ‘Perico’, nos había
dicho en silencio, con su penal errado, quien era y quien quería seguir siendo
por el resto de sus días.
Miguel 'Vagancia' Didío
Esa tarde en Mar del Plata
‘Vagancia’ no festejó, pero su corazón debe haber dado la vuelta olímpica
abrazado a sus compañeros de toda la vida de Sarmiento de Ayacucho, en su día
más glorioso.
Carlos Connolly
Don Torcuato, Bs. As.
Marzo de 2016
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