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jueves, 25 de noviembre de 2021

El único canchero que hay acá es Olaeta (cuento)

(Esta anécdota me la contó el “Cubija” González, un conocido masajista de Ayacucho, que estuvo atendiendo a distintos equipos y a la Selección)

Corría el año 1984 y Defensores, con ‘Carlitos’ Bontá a la cabeza y un grupo amplio de colaboradores, quisieron formar un equipo de fútbol con intenciones de campeonar en la Liga Ayacuchense.

La primera búsqueda fue quién conduciría el equipo como técnico. Enterados de que un ex futbolista, con pasado en Sarmiento y en la Selección, regresaba a Ayacucho y abría un comercio cerca de la entidad de la calle A. del Valle, lo fueron a entrevistar para que se hiciera cargo del primer equipo.

La charla resultó muy buena y los defensoristas fueron muy contentos a hablar con la Comisión Directiva en pleno. Lo único que pedía este señor, el apoyo completo en su trabajo y el respetar sus decisiones, Así fue como los tricolores ya tenían su Director Técnico.

Se formó un equipo, para pelear el torneo con jugadores de experiencia y jóvenes. El técnico había programado un intenso trabajo de preparación con un buen preparador físico, kinesiólogo y ayudantes de campo. Entrenaban de lunes a viernes, y también en días feriados, utilizando el Cicles Club y la cancha auxiliar del Estadio Municipal.

Defensores arrancó bien el torneo y venía invicto. Jugaba el domingo contra Independiente, uno de los equipos más competitivos y que tampoco había perdido encuentros. Era viernes, feriado, y el equipo a las 10 de la mañana estaba trabajando en el Estadio. Muchos jugadores había ese día. El N° 5, un atildado jugador, con mucho estado y presencia en la cancha, se acerca al técnico quien le pregunta:- "¿Qué pasa Marangoni que no entrenás?" y éste responde:-"Me duele mucho la rodilla... y prefiero no arriesgar".

Terminó la práctica y los jugadores, después de ducharse, se juntaron con el Técnico y éste les comunicó que el domingo el partido se jugaría a las 15:30 horas, pero que debían estar en el vestuario a las 14:30.

Llegó el día y el vestuario estaba lleno de jugadores y fervorosos dirigentes. El DT les pidió que solamente quedaran los jugadores porque iba a dar a conocer la formación. Ya se habían cambiado, según partidos anteriores, titulares y suplentes. Empezó por el arquero, los cuatro defensores, porque hacía un 4-3-3. Cuando llegó al medio campo, en vez de entrar el N° 5 (Maranga) puso en su lugar a un jovencito, de muy buen manejo de la pelota, de rápido correr, calladito y un buen ejemplo de persona. Allí el titular (Maranga) que ya estaba cambiado, esperando que le entregaran la camiseta N° 5, devolvió las ropas del equipo y sin decir ninguna palabra se cambió y se retiró del vestuario.

Comenzó el partido, y el recién ascendido jugador, el N° 8, al que le decían "El Tordo”... empezó a manejar el mediocampo tricolor, quitando y realizando unos pases que luego sus compañeros convertían en gol...realmente la rompió... al decir de los tribuneros. Fue una labor por demás descollante... ganó Defensores por 5 a 2 y el último lo convirtió el “Doctor”, que con buen dribbling eliminó a dos defensores y cuando enfrentaba al arquero, se la puso por arriba con vaselina... golazo y todos sus compañeros fueron a abrazarlo... no salía de su asombro; le habían dado una oportunidad y realmente la había aprovechado.

Club Defensores de Ayacucho - Campeón del Torneo Oficial 1984

Terminado el partido, el vestuario tricolor estaba lleno de eufóricos dirigentes, jugadores y también hinchas... había terminado la primera rueda y eran punteros e invictos; el lugar era puro grito y festejo. De pronto, un silencio total. Entra al vestuario, el N° 5 (Maranga) y dirigiéndose al Técnico le dijo: -"¿Puedo hablar con usted?"

Y éste le respondió... "Sí señor, espere que me cambie y estoy con usted".

Una vez frente a frente, jugador y técnico, el primero le preguntó: -"¿Por qué me sacaste?"... y el Técnico le respondió: -"Primero, por cuidarte, porque si estabas lesionado, te tenías que recuperar... y segundo porque acá el único canchero que hay es Olaeta (era el encargado de cortar el pasto y acondicionar el field único) y vos no estabas lesionado y de esa manera le faltaste el respeto al resto a tus compañeros y a mí también".

NOTA: El "Tordo” siguió jugando con notable desempeño y recién después de cuatro fechas, Maranga volvió a ponerse la N°5. Defensores salió campeón y cada vez que el 'Cubija' González me cruza, me dice: -"Acordate.., que el único canchero es Olaeta..." mientras me sigue con su motocicleta a tiro.

Wing derecho


(agradezco al autor por permitirme compartir con ustedes este cuento, basado en un hecho real, que obtuvo el 2º premio en el 2º concurso literario, organizado en 2015 por la Biblioteca Pública Municipal y Popular "Manuel Vilardaga", y que se denominó "Historias de nuestra pasión... El Fútbol")

miércoles, 1 de julio de 2020

Yo lo vi adentro (cuento)


A principios de la década de 1950 y en un día soleado estaba en la vieja cancha de la Liga con uno de mis amigos viendo un partido del torneo local y le cuento una anécdota que alguien me había relatado que había sucedido en esa cancha unos años atrás.

La historia contaba que se estaba jugando la final del torneo local entre dos grandes clubes del pueblo. Creo que eran Independiente y Defensores.

El relato detallaba que el partido estaba muy parejo y que ninguno de los equipos había logrado ponerse en ventaja. Estaba claro que el que lograra hacer un gol iba a ganar el partido. Y el que ganara el partido iba a ser el campeón de la Liga local de ese año.

Presenciando el encuentro estaba el Comisario del pueblo, quien era fanático hincha de uno de los dos equipos que pugnaban por el triunfo.

Faltando muy poco para que terminara el match se produce cerca del área rival una infracción a favor del equipo del que era simpatizante el Comisario. La falta había sido cometida un par de metros fuera del área. 

De repente y para sorpresa de todos se lo vio entrar al terreno de juego al Comisario, vestido con su uniforme y seguido por un agente, y dirigirse a paso vivo hacia el lugar donde se había cometido la infracción. Cuando llegó al sitio del foul se agachó, tomó la pelota, la puso bajo el brazo y dijo; yo vi el foul dentro de área, y decretó penal. 

El referí, atemorizado por la presencia decidida de la autoridad y temiendo ser detenido en caso que lo contradijera, no dijo nada y colocó la pelota en el punto del penal. Hizo ejecutar la pena máxima la que se convirtió en gol y le dio el triunfo al equipo de los amores del Comisario.

Un señor que estaba al lado nuestro junto al alambrado de la cancha de la Liga escuchaba callado mi relato sobre este increíble acontecimiento, de golpe se dirigió a nosotros y dijo: “es verdad lo que contás pibe. Yo estuve ese día en la cancha y sucedió tal como vos lo contás”.

Increíble, pero cierto.

(cuento basado en un hecho real, tomado del muy buen libro de historias ayacuchenses de Carlos Connolly, "Historias de una infancia feliz: un puente en el tiempo", Ed. Deano.com, página 265. Agradezco al autor la autorización para poder publicarlo en esta página)

sábado, 16 de diciembre de 2017

El 'Loco' Rosales (cuento)

El 'Loco' Rosales era un personaje de los pagos de Udaquiola. Hijo de padre ferroviario, anclaron en ese lugar, como destino de Jefe de Estación de su padre. el 'Tigre' Rosales.

El 'loco' tenia tres hermanos más: Horacio, Darío y la Norma que bailaba la cumbia como nadie, y su minifalda setentona era mas corta que el 30 Junio a la tarde..

El 'Loco' siempre fue bravo, medio solitario, y su pasión, creo yo, la pelota. Vivía frente a la cancha de fútbol de Udaquiola. Su pegada con la zurda era temible, y el 'loco' te tiraba a matar...

Podría contar varias historias, de amor y pasión. Se pegó un tiro en en la 'verija' una vez (por amor decían) pero no. También el 'loco' era bueno pa' la cerveza. Veintidós había tomado un día en el boliche de los Caveda. "Pará que meo", decía, y le daba a otra de litro.

El 'loco' siempre andaba calzado, un 38 largo, y por supuesto ser amigo de él era un privilegio, conveniencia y sabiduría. Andando con el 'loco', nadie se atrevía, a nada. Es más, otro grande de Udaquiola, el 'Negro' Sosa, un negro verdadero ché, a tal punto que los 'blanquitos' Forio, le preguntábamos a nuestra madre: "¿por qué ese hombre era negro?".

Bueno, el 'Negro' Sosa era más bueno que la compota, pero tenía fama de boxeador y, quizás por eso, o por otra cosa, el 'loco' Rosales lo sacó de su tranquilidad hasta que al final se armó la rosca... Tremenda trompada del 'Loco' en la mandíbula del 'Negro', que quedó desmayado por quince minutos, ahí nomás el pleito se había terminado...

Otra vez, había baile en lo de Pita ("La Armonía") ahí íbamos los de Udaquiola, en general unos 15 o 20. Los más mentaos en sus coches, porque no cualquiera en la noche y por la tierra, los locos Campos, varios... el Roque y su Ford F100, el 'loco' Oyhamburu y su Jeep, (el cual otra vez lo había volcado por una apuesta en la puertas del club). Uno de los mas seriecitos, el 'Cogote' Novillo (con él viajaban los Lapolla, Teruggi y Landa)..

Antonio Zétola con su Fiat 600, y mi amigo José Acosta que tenia un Ford T que era un lujo, ahí fuimos al bailongo. El 'Loco' Rosales con nosotros, todo fue muy tranquilo y normal.

A la salida del bailongo, ya a punto de amanecer, el 'Loco'  Rosales le dice a Zétola (el del 600), "te juego 500 pesos que llegamos primero a Udaquiola nosotros con el Ford T". Antonio, lo miró al 'loco', y tanteo, qué carajo estaba tramando...

El 'Loco', le dice: "bueno, una sola cosa, danos cinco minutos de ventaja". Antonio le responde: "Loco, les doy 15 minutos", "de ningún modo" dice el 'loco', "cinco minutos y a poner los quinientos pesos".

Cabe acotar aquí que el Boliche de Pita estaba a unas 5 o 6 leguas de Udaquiola, y un solo camino obviamente de tierra y bastante malo (como ahora). El asunto es que cuando nos sentamos en el Ford T, José le dice al 'loco': "vos estás mamao... ¿cómo mierda voy hacer para no dejarlo pasar hasta Udaquiola, con esta porquería?. El 'loco' muy tranquilo le dice: "vos mirá pa' delante nomás y eso corre por cuenta mía".

Y largamos en punta como lo pactado, varios autos nos pasaron hasta que, el Fiat 600 muy distinguido por andar un solo faro se puso a la cola del Ford T, así transcurrió un par de metros la cosa hasta que el 600 se puso a la altura de la puerta trasera del Ford T tratando de pasar. Fue en ese entonces que el 'Loco' Rosales, 'peló' el 38 largo y le metió un tiro en el paragolpe que largó un chispazo y un fogonazo, más una atronadora estampida. 

Tanto José como yo nos habíamos 'cagao encima' creo...

Se preguntará como terminó la cosa...

Y sí... llegamos a Udaquiola y el amigo Antonio el del Fiat 600, se había quedado en el camino, esperando se hiciera de día. Entonces ahí llegó, estaba pálido y se bajó como que algo le había hecho mal. Claro... el 'loco' Rosales con sus quinientos pesos y la apuesta ganada.....

Udaquiola... aquellos tiempos...

(mi agradecimiento al autor de este cuento, Adolfo Forio Tellechea, por autorizarme la publicación del mismo y, de esa manera, poder compartirlo con todos ustedes. Si bien el mismo no es un cuento de fútbol, el mismo trata sobre quien fuera un reconocido jugador de Estudiantes de Ayacucho y la selección de nuestra ciudad. Gracias Adolfo!!)

martes, 25 de julio de 2017

A la cancha con papá (cuento)


Desde muy chico fui a la cancha con mi viejo, los primeros recuerdos los tengo en 9 de Julio. 

Cuando comenzaba la tarde hasta que llegaba la noche, todas las categorías infantiles del club San Martín, ahí estábamos firmes con el viejo, él arropado con el gamulán; yo, con mis infaltables pantalones de corderoy y mi pullover de plush.

Luego, en Chivilcoy nos hicimos hinchas de Florencio Varela, así se llamaba el club. Todos los domingos decíamos presente y nos ubicábamos al costado de ‘la barra aurinegra’, este equipo se caracterizaba por tener una hinchada un tanto humilde, lo que traducido significaba que todos los contrarios nos gritaran ‘negros villeros’.

Recuerdo tiernamente esos hermosos domingos, sentado en la tribuna entre las piernas de papá, protegiéndome del frío, dándome cariño. Comprándome ineludiblemente la bolsita de girasol y la 'pelotita’ de plástico de jugo de naranja.

En Ayacucho tuvo una etapa de director técnico y, obvio, yo no me perdía ningún partido (hay varias anécdotas al respecto). Luego seguimos yendo juntos, pero él de espectador y yo en la cancha. Ya en casa charlábamos del partido mientras mamá me hacía el nesquik.

 Pedro Algañaraz (1º arriba, a la izq.) director técnico del Club Atlético Ayacucho (1980)

Una vez, jugando para Atlético, enfrentamos a Atlético de Mar del Plata. Fui a disputar la pelota contra un rival y llegué tarde (como casi siempre). El pibe quedó tirado en el piso un rato y de la tribuna se escuchó… Asesino!!! 

Miré hacia donde había venido el grito y lo veo al viejo que se le va encima al que acusaba pidiéndole explicaciones: ¿Cómo le vas a gritar asesino a un pibe de 10 años?

El referí le pidió a nuestro técnico que me cambiara, no me echó porque era amistoso y yo un niño. 

Era la primera vez que me echaban y sentí rabia y orgullo. Esa pavada de sentirse ‘hombre’ ante un acto violento.

Terminó el partido, empatamos uno a uno… yo ya había ganado en la tribuna.
  
Isaías

(mi agradecimiento al autor de este cuento, Isaías Algañaraz, por su autorización para publicar este cuento y poder compartirlo con todos ustedes)

domingo, 28 de agosto de 2016

Vagancia (cuento)

Hace ya unos cuantos años, a fines de la década de 1960, me encontré de casualidad en Buenos Aires con el Doctor Iriarte, que en realidad para mí era -y es- simplemente Aníbal, mi gran amigo de la infancia en Ayacucho, ese hermoso pueblo de la Provincia de Buenos Aires en el que ambos nos habíamos criado.

Nos veíamos poco pues él seguía viviendo en nuestra ciudad ejerciendo la medicina, y a mí la vida me había llevado a radicarme en la Capital Federal. Como era usual en nuestros esporádicos encuentros, hablamos bastante sobre qué había sido de la vida de nuestros amigos comunes del pueblo, y de otras novedades del mismo.

Así fue que me dijo: ¿te acordás de Miguel Didío, al que le llamaban ‘Vagancia’, y que vivía al lado de la comisaría del pueblo, enfrente de la casa de nuestro amigo ‘Fedo’ Vago? Le respondí que, efectivamente, me acordaba de él pues habíamos cursado juntos muchos años del primario en la Escuela Número 1. Le dije que, además de conocerlo, sabía perfectamente que su apodo le calzaba bien en base a lo que me acordaba del desempeño de Miguel en la escuela. El estudio no era su fuerte.

Me contó que el aparente poco tiempo y esfuerzo que Miguel había dedicado al estudio lo había volcado de manera superlativa hacia el fútbol. Él, prácticamente, había nacido en el Club Sarmiento de Ayacucho. Sus tíos, José y Vicente, habían sido miembros del grupo de entusiastas y humildes muchachos que en 1922 habían fundado el Sport Club, que es como Sarmiento se llamó inicialmente.

Su papá Pedro Didío, al que le decían ‘Perico’, menor que ellos, se sumó desde chico al club. Yo lo recordaba a Miguel jugando con los pibes de Sarmiento. Fue Pedro, su papá, quien le inculcó el gusto por el fútbol y le enseñó las nociones más básicas de cómo jugar. Pero también le había inculcado los valores fundamentales que entendía, requería la práctica del fútbol y la vida misma. El amor y la fidelidad a los colores de su club, Sarmiento de Ayacucho, el respeto por sus compañeros y, lo que era más importante, por los circunstanciales rivales y por quienes dirigían los partidos. ‘Perico’ le había enseñado que era bueno y necesario ganar, pero que había que hacerlo jugando al fútbol, con buenas artes y no de cualquier manera.

Esos valores los había traído de su Italia natal 'Domingo', el papá de Pedro y abuelo de Miguel, que era de esos tanos de fierro que con su esfuerzo y honradez construyeron la Argentina. Hombres que en muchos casos vinieron muy jóvenes y solos a estas tierras y que a pesar de ser muy pobres no cambiaban sus creencias y valores por nada del mundo, porque fueron esos valores de trabajo honrado y de familia, los que les habían sido inculcados por sus mayores y los que los sostuvieron en aquellos años duros en que dejaron lejos a su tierra, y a sus seres queridos, para venir a construir sus vidas en esta nueva patria. Es así que ‘Perico’ los heredó de su viejo, el ‘tano Domingo’ y se los transmitió, sin anestesia ni concesiones, a su hijo Miguel.

'Perico' Didío, padre de Miguel

Por lo que me contó Aníbal, había descollado en el Club Sarmiento hasta llegar a la Primera División del mismo en la posición de volante central, el clásico número cinco de aquellos años, y que había sido parte fundamental de la formación del Club Sarmiento que ganó consecutivamente dieciséis Campeonatos de Primera División de la Liga Ayacuchense de Fútbol. Además, me contó que esas grandes performances en su club hicieron que fuera incorporado a la Selección de Fútbol de Ayacucho a edad temprana. Tan buena había sido su evolución, que los entendidos del fútbol local decían que debería figurar en el Seleccionado de Ayacucho de todos los tiempos.

‘Vagancia’ tenía grandes condiciones pero le faltaba pulirlas para dar el salto de calidad que su fútbol pedía a gritos. Y fue el ‘Maestro’ Miguel Ángel Dodero, aquel gran jugador integrante del plantel de Racing tri-campeón argentino 1949-1950-1951 quien con su sapiencia lo ilustró, cuando fue a Ayacucho años después a dirigir la Selección local, sobre las cosas que debería hacer para convertirse en un jugador de elite. Le enseñó cómo pararse en la cancha, como correr inteligentemente agregando valor a su juego y a su aporte al equipo, lo instruyó sobre el valor de la concentración en el juego, sobre como pegarle a la pelota en tiros libres y penales, y la importancia del entrenamiento permanente, la vida sana y la alimentación adecuada.

Al cabo de unos pocos años su gran nivel futbolístico se había chocado con el techo que le ponía a su talento la limitada liga local de fútbol. Muchas veces se había comentado que varios clubes importantes de la Provincia de Buenos Aires lo habían tentado a emigrar ofreciéndole posibilidades económicas y futbolísticas, que no podría tener en su ciudad. Pero Miguel siguió siendo fiel a su querido Sarmiento, y a sus colores rojo y negro, y prefirió seguir jugando con sus compañeros de siempre en su club, tal como le había enseñado su querido padre.

Pero un día ‘Perico’ partió de esta vida y como dice el tango “pasó a ser recuerdo”. Yo no estaría todos los domingos en la cancha de La Liga viendo jugar a su hijo. La calidad del fútbol de Miguel siguió creciendo y su fama llegó a otras asociaciones de fútbol importantes de la provincia hasta que un día de 1966 un contrato muy tentador lo llevó a jugar al equipo más importante de la ciudad de Pergamino. El Douglas Haig. Nadie en Sarmiento ni en el pueblo le había reprochado el pase. Ya había hecho mucho por su club y por la Selección de Ayacucho y era lógico que en el pico de su carrera fuera a ganar fama y unos buenos pesos a otras ligas más poderosas.

En Sarmiento soñaban con verlo llegar a alguno de las grandes instituciones de la Primera División del país. Pensaban que clase le sobraba. Sus compañeros de equipo estaban convencidos de su talento y de las posibilidades que tenía Miguel de triunfar lejos del pueblo y del club que lo vio nacer y crecer. Su triunfo sería el de todos los muchachos del club y también el del fútbol de Ayacucho.

Ya no estaba su querido viejo para recordarle que debía ser fiel a su club hasta el día final. Que eso era lo importante, y que el dinero no vale nada si uno traiciona sus colores y sus valores. Miguel conocía de memoria las enseñanzas de su padre, pero pensó en ese momento que él era un hombre y debía ahora elegir el camino a seguir. Se ve que especulaba que sus tiempos no eran los de su padre, y que el crecer hacia ligas mayores no significaba una traición a los principios que el viejo le había inculcado. Él seguiría siendo fiel a ellos, pero en otro equipo. 

Por otra parte, resonaban en su mente las enseñanzas del ‘Maestro’ Dodero incitándolo a ser un verdadero profesional y a crecer cada día más en su fútbol. Aliviaba su dolor, y sensación de estar traicionando a su ‘viejo’, el hecho que Douglas Haig tuviera los mismos colores que su querido Sarmiento. Las camisetas eran idénticas: rojas y negras a rayas verticales.

Así fue que Miguel pasó a formar parte del plantel superior del gran equipo de Pergamino, pero había logrado introducir una cláusula en su contrato que indicaba que deberían permitirle regresar a jugar a Ayacucho cada vez que la Selección de la ciudad lo reclamara. Al igual que en su Sarmiento y en la Selección de Ayacucho ‘Vagancia’ descolló por su calidad futbolística, su pinta de crack y su hombría de bien.

Aníbal me contó que quiso el destino que pasaran unos pocos años y que el Club Atlético Sarmiento de Ayacucho, en una actuación inédita para un equipo de la liga local, llegara a disputar la final del Torneo Provincial de Fútbol de ese año, 1969, campeonato que reunía a los equipos campeones de todas las ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Había derrotado en la semifinal a Santamarina de Tandil en un agónico y milagroso 2 a 1 de visitante en una actuación para el recuerdo.

Si había un equipo de Ayacucho que podría haber llegado tan lejos era precisamente ese de Sarmiento, múltiple campeón de la Liga local. Pero que los rojinegros estuvieran en esa final no sorprendía tanto, ya que el fútbol de Ayacucho estaba pasando por el que tal vez haya sido su período de mayor esplendor. El año anterior la Selección local había llegado a la puerta de la final del torneo provincial correspondiente al entonces llamado “Campeonato Argentino”, y Miguel había sido parte de esa Selección.

Nunca un cuadro de fútbol de mi pueblo había pasado de los cuartos de final del Torneo Provincial de Clubes Campeones. El hecho de estar entre los ocho mejores de la Provincia era de por sí una hazaña casi imposible de plasmar. Era lógico. Ese territorio estaba monopolizado por los grandes clubes de las ciudades más importantes de la Provincia. Allí brillaban los equipos de Bahía Blanca, de Tandil, de Mar del Plata, de Olavarría, de Pergamino, de Junín, de Tres Arroyos, etc., pero nunca uno de las ciudades más pequeñas como Ayacucho. Sus equipos más importantes eran rentados, o por lo menos sus mejores jugadores lo eran. 

Para un club de Ayacucho el ganarle algún partido a esos grandes era posible, de hecho alguna vez lo habían logrado, pero era visto por propios y extraños como una verdadera proeza. Pero soñar en disputar las primeras posiciones en el torneo provincial era casi impensable.

La final del campeonato se iba a jugar en un par de semanas, más precisamente el 25 de Octubre de 1969, y ante el asombro de todos allí estaría Sarmiento de Ayacucho representando a todas las ciudades ‘chicas’ de la provincia. Pero llegaba a esa instancia final sin uno de sus cracks históricos, ‘Vagancia’ Miguel Didío, pero contaba con otros jugadores de fuste como ‘Pocho’ Guisande, el ‘Zurdo’ Mingone, el gran arquero ‘Torta’ González”, ‘Carita’ Gourriet y otros jugadores consagrados, que junto a ‘Vagancia’ habían construido la leyenda histórica de Sarmiento de Ayacucho.

Eduardo 'Torta' González, Miguel 'Vagancia' Didío y Néstor 'Pocho' Eloiza

Por desgracia, el otro finalista era Douglas Haig de Pergamino el poderoso equipo en el que descollaba Miguel en ese momento. La industria textil estaba en su apogeo en la ciudad de Pergamino y los empresarios del rubro ponían dinero fuerte para tratar de llevar a su querido club a las divisiones más importantes del fútbol de nuestro país. No les faltaba ni plata ni ganas. Venía de ganar cómodo su semifinal contra Olimpo de Bahía Blanca por dos a cero. Para los pergaminenses la final lucía fácil contra el que creían era, y con razón, un ‘equipo menor’, de una ciudad mucho más pequeña y con todos sus jugadores amateurs.

La final se jugaría en el viejo Estadio San Martín de Mar del Plata. Atrapado por estas circunstancias excepcionales que me había contado mi amigo decidí viajar a la “ciudad feliz” para presenciar el encuentro y ver nuevamente en acción a mi antiguo compañero de la escuela y verificar si, como me había dicho Aníbal, Miguel se había convertido en un gran jugador de clase nacional.

Obviamente mis simpatías estaban con Sarmiento, el campeón de Ayacucho, equipo que tenía la posibilidad de lograr una hazaña que había estado fuera del alcance de los demás campeones de mi ciudad que habían participado en este torneo.

Por otra parte, la presencia de ‘Vagancia’ en el once contrario hacía que algo en mi quisiera que mi ex compañero de escuela descosiera la pelota con su calidad para que todos lo vieran. Al fin de cuentas él era una perla surgida del gran fútbol ayacuchense.

El estadio estaba absolutamente completo. Debería haber una multitud de unas veinte mil personas. Se veían camisetas rojas y negras a rayas por todos lados. Pero las dos terceras partes hinchaban por el cuadro de Pergamino. El equipo ‘grande’, es decir Douglas Haig, había tenido el privilegio de conservar en el sorteo su camiseta original de bastones rojos y negros verticales. Sarmiento de Ayacucho había optado por una alternativa totalmente blanca, con vivos rojos y negros. Ese era otro dato que nos indicaba, o nosotros queríamos creer que nos indicaba, que los Dioses del Olimpo, o tal vez, Dioses más terrenales, como las autoridades de la Federación de Clubes de la Provincia de Buenos Aires, se inclinaban abiertamente hacia el equipo pergaminense.

Quisiera decir que el partido fue parejo, pero en realidad en la cancha se notaba demasiado la diferencia de calidad entre un equipo profesional, Douglas Haig, y uno amateur Sarmiento de Ayacucho. El juego atildado de los de Pergamino dirigidos dentro del rectángulo por ‘Vagancia’ no podía ser controlado adecuadamente por el medio campo y la defensa de los de Ayacucho al punto tal que la figura de Sarmiento era sin lugar a dudas su arquero, el ‘Torta’ González, quien en una tarde inolvidable sacó varias pelotas que normalmente hubiera tenido que ir a buscarlas al fondo de su arco.

No es que Sarmiento jugó todo el partido colgado del travesaño, pero su planteo táctico conservador inicial (5-4-1), por momentos pasó a ser 5-5, y que por largos minutos llegó a ser 10-0, le había dado resultado hasta los 30 minutos del segundo tiempo, momento en que la desesperación llevó a los muchachos de Douglas Haig a ir con todos sus hombres a buscar el triunfo “como fuera”. Se olvidaron de su habitual “jogo bonito” y ante la maraña de piernas que les presentaba Sarmiento, optaron por hacer llover centros sobre el área rival, la mayoría de los cuales eran despejados por la heroica defensa de Sarmiento, y los que no, pegaban en alguno de los palos o los sacaba el ‘Torta’ González en voladas increíbles.

La performance de Miguel no había sido demasiado destacada, pero igual se veía que Douglas Haig dependía mucho de su calidad futbolística para armar el juego y ordenar a su equipo.

Llegando al minuto 30 del segundo tiempo con el resultado 0 a 0, y en medio de ese dominio total del Douglas, la defensa de Sarmiento rechazó una pelota larga, la que fue tomada por ‘Pocho’ Guisande, su wing derecho, cuando cruzaba la mitad de la cancha. ‘Pocho’ picó raudamente hacia el arco rival. Se produjo un silencio total entre los hinchas de Pergamino y una esperanza incrédula entre los de Ayacucho. Nos parecía estar viendo a Alcides Ghiggia, el gran wing del seleccionado uruguayo corriendo en el Maracaná hacia el arco rival para convertir el gol del triunfo uruguayo ante Brasil con el que los ‘celestes’ conquistaron la Copa del Mundo de 1950. Y al igual que en aquel histórico partido vimos como ‘Pocho’ Guisande entrando al área convertía el gol de Sarmiento con un tiro cruzado al segundo palo. Veíamos la pelota dentro del arco, pero no lo podíamos creer. Sarmiento estaba a quince minutos de la gloria.

Ni que hablar que el domino de Douglas Haig fue absoluto en esos últimos minutos del partido. Evoco que pegaron dos tiros en los palos y uno en el travesaño, y que la defensa sacó dos pelotas sobre la línea. Fue así que se llegó al minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo, y en el enésimo centro tirado por los muchachos de Pergamino sobre el área de Sarmiento vimos que el referí cobraba penal a favor de Douglas Haig. No lo podíamos creer. No sabíamos que había cobrado.

Aparentemente, según las señas que hacía el referí, la pelota había rozado el brazo de un defensor de Sarmiento y él, en un fallo absolutamente absurdo pues nadie en las tribunas había visto esa infracción, entendió que la mano había sido intencional. Había sensación de “partido afanado” en las tribunas. Parecía que los directivos de la Federación de Clubes de la Provincia habían determinado que una institución de una ciudad chica “no podía salir campeón provincial”. La prueba estaba ante los ojos de quienes la quisieran ver.

Los que hinchábamos por Sarmiento presentíamos que si metían el penal sería el final del sueño. Habría alargue, y dado el agotamiento total que mostraban nuestros muchachos era imposible que prevalecieran en los 30 minutos adicionales.


El Director Técnico del equipo de Pergamino seguramente había ordenado que en caso de tener un penal a favor lo pateara Miguel dado que, tal como me había contado Aníbal, “era un reloj tirando penales”. Los metía a todos. Todo lo que pateaba iba dentro del arco, y a pocos centímetros de los palos. En sus años en Douglas Haig solo había errado un tiro desde los once pasos de los muchos que pateó, y fue un día que jugó con cuarenta grados de fiebre.

Desde la tribuna vi claramente al DT de Pergamino gritarle a Miguel con autoridad: “sí, lo patea usted Miguel”. Y ante la cara medio incrédula y medio pidiendo clemencia de ‘Vagancia’ repitió a los gritos para que no quedaran dudas, “¡lo patea usted Miguel!”.

Visto a la distancia, y en trance de filosofar, llegué a pensar que como todos los seres humanos tenemos un momento culminante en nuestras vidas que determina, para bien o para mal, el camino que tomaremos, ese instante debió haber sido el de la vida de ‘Vagancia’. Solo frente a la pelota, con veinte mil almas mirándolo, y con el arquero del equipo de sus amores, el ‘Torta’ González enfrente deseoso de entrar en la gloria. Sabía que estaban en el estadio ‘observadores’ de clubes de primera división dispuestos a llevar a sus instituciones a aquellos jugadores que se destacaran en esta final bonaerense. También estaba en juego su futuro de futbolista.

Seguramente cuando estaba frente a la pelota repensó todo aquello que hacía de él tan buen pateador de penales. “Nunca tomar una carrera demasiado corta, ni tampoco demasiada larga”. “No tirar la pelota suavemente ‘a colocar’”. “No tomar al esférico demasiado abajo, pues se lo tira por sobre el travesaño”. “Siempre patear fuerte, preferiblemente cruzado y junto al palo”. “Anticipar el movimiento del arquero e ir al palo contrario”. “Uno de cada cuatro o cinco penales patearlo al medio y a media altura”. “Solo ‘picarla’ excepcionalmente y nunca hacerlo en un partido importante”.

También le deben haber venido a la mente las palabras que, intuyo, su DT le debe haber dicho en el vestuario antes del partido: “si hay un penal, lo patea usted, Miguel”. En los momentos importantes el DT seguramente no lo llamaba ‘Vagancia’, sino por su nombre; Miguel. Seguramente en esos instantes trascendentales lo trataba de “usted”. Le debe haber dicho algo así como; “Sé que esto para usted es difícil Miguel, pero usted es un profesional y no tengo dudas que a pesar de saber contra quien estamos jugando esta final, usted cumplirá con su deber de profesional”

Él, seguramente, no deseaba ser quien pateara el penal pero no tenía dudas que iba a ser así. El DT tenía razón. Su ‘Maestro’, Miguel Ángel Dodero, seguramente hubiera suscripto las palabras de su DT. Él ya era un verdadero profesional e iba a cumplir con la determinación del Técnico. Por supuesto, no iba a festejar el gol y seguramente se iba a dirigir a la tribuna de hinchas de Sarmiento pidiendo perdón y comprensión.

Ciertamente debería saber, o tal vez intuir, que ahí, en ese preciso momento se definiría quien era y quien iba a ser él de ahí en más. Se debe haber visto frente a la pelota. A once pasos del arco y de su destino. Lo vi tranquilo, pero observé que estaba demasiado cerca del punto penal. No obstante eso caminó hacia el balón y violando otro de sus principios se vio que abría su pie derecho y suavemente impulsaba la pelota con el empeine hacia el palo izquierdo del ‘Torta’ González quien anticipando su clásico tiro fuerte y cruzado se había movido hacia el otro palo. Quedó descolocado y se vio que era tarde para que intentara revertir su movimiento e ir hacia el palo al cual se dirigía mansamente la pelota. 

Hubo un instante de silencio absoluto en el estadio. Todos vimos al esférico dirigirse dócilmente, como en cámara lenta, hacia el arco y pasar a un metro del poste izquierdo. ‘Vagancia’ había errado el penal. La confusión fue total.

El DT de Douglas Haig se agarraba la cabeza, la hinchada de Pergamino insultaba en todos los idiomas a Miguel y lo tildaban de traidor. Los observadores de los clubes de Primera División de Buenos Aires abandonaban presurosamente sus plateas. Los hinchas de Ayacucho no podían creer que ‘su’ Sarmiento fuera el nuevo Campeón Provincial de Clubes de Buenos Aires. En esa confusión alcancé a ver a Miguel, solo, arrodillado en el punto del penal, con el rostro serio pero sereno, elevando sus ojos al cielo y diciendo algo que a la distancia me pareció que era un… “gracias viejo”.

Rememorando la escena con el paso de los años creo que ‘Vagancia’ seguramente supo ni bien vio que la pelota iba afuera que no era él quien erró el penal, sino que habían sido los principios que su viejo le había inculcado desde niño los que se apropiaron de su alma e hicieron que desviara el tiro. Con la ayuda de su padre ‘Perico’, nos había dicho en silencio, con su penal errado, quien era y quien quería seguir siendo por el resto de sus días.

Miguel 'Vagancia' Didío

Esa tarde en Mar del Plata ‘Vagancia’ no festejó, pero su corazón debe haber dado la vuelta olímpica abrazado a sus compañeros de toda la vida de Sarmiento de Ayacucho, en su día más glorioso.

Carlos Connolly
Don Torcuato, Bs. As.
Marzo de 2016

viernes, 26 de febrero de 2016

Partido de fútbol en Rauch (cuento)

Un día, jugando nuestros tradicionales picados de fútbol en casa, a alguien se le ocurrió que deberíamos ampliar nuestros horizontes. 

Pensamos que, por un lado, jugábamos bastante bien al fútbol (o eso creíamos nosotros) y, por el otro, ya teníamos la institución que podría cobijarnos en cualquier enfrentamiento deportivo que tuviera lugar fuera de casa: el Sudam Club. 

Pero nuestra imaginación e iniciativa era de tal naturaleza que lo que pensamos no fue encontrar algún otro grupo de pibes para enfrentar en Ayacucho. Nuestra idea era ir a confrontar con un equipo de otra ciudad vecina. El primer problema por resolver era el de encontrar algún club de pibes al que pudiéramos enfrentar en alguna de esas ciudades. 

En esa época no existía Internet; por lo tanto, nos era casi imposible hacer una búsqueda anticipada para encontrar a nuestros futuros rivales. Así que prácticamente debíamos adivinar dónde podían estar esos pibes para enfrentarlos. Alguno de nosotros tiró la que sería una muy buena idea. 

En Ayacucho había estado como cura párroco el padre Cazes. Sabíamos que era un sacerdote que quería mucho a los pibes y que había organizado actividades deportivas para chicos en nuestro pueblo. Hacía algún tiempo que había sido trasladado a la ciudad vecina de Rauch. 

Esta era una ciudad que estaba a unos setenta kilómetros de nuestro pueblo, unida a Ayacucho en ese entonces por una ruta de tierra. No teníamos conexión ferroviaria con Rauch, que era la principal forma de transporte entre las ciudades en aquellos días. 

Pero ya habíamos dado el primer paso. Pensamos: “Si el padre Cazes estaba en Rauch, seguro que tenía un equipo de fútbol de chicos, y si esto era así, seguramente no tendría inconvenientes en convocarlos para que los enfrentáramos con el Sudam”. 

Créase o no, ya teníamos resuelto el contra quien jugar. Ni se nos pasó por la cabeza llamar por teléfono a la parroquia de Rauch para consultar con el padre la viabilidad de nuestra idea. Las llamadas telefónicas de larga distancia eran una rareza absoluta en aquellos días. Muy pocas personas e instituciones contaban con un teléfono y las llamadas eran carísimas y de una paupérrima calidad técnica. Era casi imposible entender lo que un interlocutor de larga distancia nos decía.

Nos preguntamos a continuación cómo diablos podríamos hacer para trasladarnos hasta Rauch. Obviamente, no teníamos ni un peso. Hay que tener en cuenta que íbamos a ir con el equipo de los chicos, que en ese entonces deberíamos rondar los diez u once años, tal vez reforzado con algún grande. Tengo idea de que Jorge, mi hermano, vino con el equipo. Pero no estoy seguro. 

Alguien tiró la idea de ir a pedirle al papá de ‘Nenucho’ Romairone que nos prestara el camión de su empresa de materiales, con chofer incluido, para que nos llevara a Rauch y nos trajera. Increíblemente, el papá de ‘Nenucho’ accedió a nuestra demencial petición. Estuvo de acuerdo en prestarnos el camión y su chofer, el señor Magnani al que le decían ‘Poroto’. 

Así fue como organizamos el viaje para el siguiente sábado. Recuerdo que partimos todos los pibes del equipo llevando nuestras camisetas marrones del Sudam Club. A todo esto, no habíamos generado por ninguna otra vía alguna comunicación con el padre Cazes que nos confirmara:
a) Si el padre Cazes efectivamente estaba en Rauch;
b) si tenía un equipo de fútbol de chicos de nuestra edad;
c) si iban a poder jugar contra nosotros el sábado siguiente. 

La cuestión es que partimos a la aventura con esas tres grandes incógnitas sin verificar, pero con la seguridad de que nuestro proceso de deducción lógica no debería estar equivocado y que finalmente íbamos a terminar jugando el partido. La cuestión es que todos los pibes nos montamos en la caja del camión y partimos alegremente hacia Rauch.

La distancia al pueblo vecino no era mucha, pero el hecho de que el camino fuera de tierra y que el vehículo fuera un camión hizo que el viaje tardara un par de horas. Con gran algarabía, nos dirigimos a la iglesia del pueblo. 

Para nuestra gran sorpresa, la encontramos cerrada. Recuerdo que estábamos todos los pibes en la vereda de la iglesia mirando con pesar la puerta cerrada del templo. 

En realidad, no sabíamos bien qué hacer. Alguien, que debe haber sido nuestro chofer, ‘Poroto’ Magnani, el único adulto de nuestra delegación, fue a tocar timbre y a averiguar si estaba el padre Cazes. No recuerdo haber visto al Padre, por lo que es muy probable que estuviera fuera de Rauch. 

Seguramente alguien ligado a la iglesia nos dijo que, en efecto, tenían un equipo de edades equivalentes a las nuestras y que en el fondo del templo había una canchita como para jugar seis contra seis, con arcos y todo. Fue así como se armó el partido. 

En mi mente tengo la idea de que fue parejo, pero que al final se impusieron los pibes de Rauch. Deportivamente, la experiencia no había sido la que habíamos ido a buscar, seguros de nuestro triunfo. Pero organizativamente había sido casi un milagro para pibitos tan chicos que se animaron a hacer por las de ellos los que otros de su edad ni siquiera podían imaginar. 

Del viaje de regreso en el camión no conservo ninguna imagen. Dicen que la percepción y la memoria son selectivas. Además de volver cansados, seguro que la derrota debe haber contribuido a que ese recuerdo se borrara de mi mente.


(cuento basado en un hecho real, tomado del imperdible libro de historias ayacuchenses de Carlos Connolly, "Historias de una infancia feliz: un puente en el tiempo", Ed. Deano.com, página 148. 
Mi sincero agradecimiento al autor por autorizarme a publicar este cuento)



martes, 1 de septiembre de 2015

Se llamaba Julio, pero le decían 'Pocho' (cuento)



En aquellos lejanos años de mi infancia en Ayacucho, en los pueblos y ciudades del interior la cosa del fútbol era muy linda, pues los pibes éramos hinchas de diferentes clubes de la capital además de inclinarnos por alguna de las varias entidades del fútbol local. 

Básicamente nuestras preferencias se dividían entre los “cinco grandes”, Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo, pero también teníamos amigos que simpatizaban con Vélez, Huracán, Platense y otros equipos capitalinos. Y no existían los fanatismos irracionales que predominan en el fútbol de hoy. 

Había mucha rivalidad, pero era amistosa. Ahora la cosa se concentra mucho más entre Boca y River lo que, según mi parecer, le quita brillo e interés a las discusiones de los amantes del fútbol, empequeñece la confrontación e incrementa los odios gratuitos.

Los que éramos de Racing en Ayacucho nos conocíamos todos, independientemente de la edad y el nivel de educación que tuviéramos o la clase social a que perteneciéramos. Todos sufríamos por igual con nuestras derrotas y nos alegrábamos con nuestros triunfos. Era como si perteneciéramos a una logia secreta. 

En realidad, no tan secreta pues, como dije, nos conocíamos todos. Los colores blanco y celeste de nuestro equipo nos hermanaban. Entre los hinchas académicos de mi pueblo al que más recuerdo es a ‘Pocho’. Su nombre era Julio, pero todos lo llamaban ‘Pocho’.  Era un muchacho unos cuatro años mayor que yo. Vivía a la vuelta de mi casa y era el arquetipo del hincha de Racing. La ‘Academia’ ocupaba un lugar muy importante en su vida. 

Por ser mayor hablaba poco con los pibes de mi edad. Pero cuando se cruzaba conmigo siempre había un comentario referido a la ‘Academia’, ya que él sabía que ambos teníamos el mismo amor por los colores albiceleste.

Pocho jugaba muy bien al fútbol. Su puesto era el de centro half. Se movía como un ‘5’ clásico, de esos que dominaban el juego de su equipo desde la mitad de la cancha distribuyendo la pelota sabiamente entre sus compañeros. Decía que su modelo de jugador era ‘Palito’ Balay, un gran mediocampista que tenía Racing por aquellos años, de la escuela de los grandes ‘5’ argentinos como lo fueron ‘Pipo’ Rossi y Eliseo Mouriño. 

Recuerdo que ‘Pocho’ era el centro half del seleccionado de la Escuela Normal Nacional de Ayacucho y que también era una pieza destacada de la gran Tercera División del Club Independiente de nuestra ciudad. 

La 3ª división del Club Atlético Independiente, una tarde de 1956, en la vieja cancha de la Liga
Parados (izq. a der.): Antonio 'Tono' Pessolano (colaborador), Basualdo, 'Pampa' Quiroga,  'Chilito' Aguiar,  'Carucha' Mastronardi, Roberto 'Pelotita' Igarza, 'Luli' Ancinas y Julio 'Pocho' Masounave
Hincados (izq. a der.): Delfino Fulgencio, Albino 'Cuadrado' Basualdo, 'Rulo' Muñoz, Miguel 'Negro' Márquez, Juan 'Gringo' Scottu y 'Cacho' Corvalán (DT)

Parecía un contrasentido que fuera un ‘fana’ de la Academia de Avellaneda y que al mismo tiempo tuviera su corazón en el cuadro ‘rojo’ local. Pero era así. 

En los inicios del fútbol en Ayacucho existió un Racing Club, pero su vida fue efímera, y cuando nosotros éramos jóvenes ya había dejado de existir, así que Pocho volcó su juego de calidad y su amor futbolístico, a falta de un Racing local, en los ‘rojos’ de Ayacucho. 

La Voz de Ayacucho (jueves 22-05-1924)

Estoy seguro que de no haberse ido a vivir a Buenos Aires luego de terminar su secundario Pocho hubiera llegado a ser el mediocampista central del seleccionado de nuestra ciudad.

Pasaron los años y en 1960 me fui a la Capital Federal para realizar mis estudios en la Universidad de Buenos Aires. Los domingos en que el estudio me lo permitía solía ir al “Cilindro de Avellaneda” para ver la actuación del equipo de mis amores. A veces lo hacía con amigos de la facultad, hinchas también de Racing, y otras veces iba solo. Habíamos salido campeones en 1958 y disfrutamos una muy buena actuación en 1959 logrando el sub campeonato.

Corría el año 1960. Recibo un llamado en la casa de mi abuela donde vivía. Era ‘Pocho’. El de mi pueblo. Fue una gran sorpresa pues ni siquiera sabía que estaba viviendo en Buenos Aires. Me dijo con gran entusiasmo que iba a ir a ver a Racing contra Rosario Central y me preguntó si lo quería acompañar. Había conseguido mi teléfono a través de un amigo común. 

Como era tan fanático de la Academia me invitó a ir a ver los partidos de la Tercera, la Reserva y la Primera. En aquellos años se podían ver los encuentros de las tres divisiones más importantes de los clubes en la misma jornada y todo por el mismo precio. Un ‘programón’, sobre todo si era un día a pleno sol como era ese.

Según me explicó ‘Pocho’ a él le entusiasmaba ver los tres partidos pues en el de Tercera podía evaluar a los jóvenes que pintaban para futuros cracks, y en el de Reserva a aquellos jugadores de nivel de primera pero que por alguna circunstancia del momento estaban en la Segunda División pero con posibilidades de volver a jugar en el primer equipo. El broche de oro era el partido de la Primera. Ese año Racing tenía un gran cuadro y contaba con posibilidades de salir campeón nuevamente. La invitación me resultó muy atractiva y me prendí con entusiasmo en la misma.

De mi casa a la cancha de Racing había un tirón muy grande. Para llegar debía ir en tranvía de Liniers a Primera Junta, de allí en subterráneo hasta la estación Avenida de Mayo, en donde debía hacer combinación con la línea que me llevaba a la Estación Constitución. Una vez llegado a aquel lugar la cosa era fácil. Solo debía tomar el tren del Ferrocarril Roca que paraba en la Estación Avellaneda y caminar unas cuantas cuadras hasta el estadio de La Academia. 

Este último tramo era festivo pues se hacía rodeado de todos los fanáticos vestidos de celeste y blanco que convergían en la cancha de Racing. El viaje me debería tomar unas dos horas de ida y otro tanto de vuelta. Calculo que por el medio de esa travesía me debo haber encontrado con ‘Pocho’. Probablemente el punto de encuentro haya sido debajo del reloj que colgaba en el medio del hall central de la Estación Constitución, frente al gran panel que informaba sobre el movimiento de los trenes.

Ese era el recorrido que debía hacer cada vez que iba al “Cilindro” a ver a Racing. La ida era fácil, pues la mente estaba absorbida por el entusiasmo que suele llevar al hincha a la cancha. Si triunfábamos el regreso casi ni se sentía. Volvíamos felices. Pero si perdíamos la vuelta se hacía ‘de plomo’. Larguísima y encima cansados y amargados. 

Esta experiencia hizo que me preguntara ya de grande como hacían para volver a la cancha todas las semanas aquellos hinchas que seguían a nuestro equipo en los largos períodos de ‘malaria’ que sufrimos durante años. Yo me salvé de ese suplicio porque reduje mi asistencia a las canchas de fútbol a un mínimo. En parte porque tenía que estudiar en los fines de semana, y en parte porque mi cerebro le ganó la partida a mi corazón.

Ese amargo regreso de los simpatizantes a sus hogares luego de tantas derrotas debe haber sido durísimo. Supongo que fue la alegría de ver nuevamente entrar a nuestro equipo al campo de juego y la esperanza de finalmente ganar y volver a ser campeones lo que hizo que nuestros fieles hinchas siguieran haciendo ese largo y sufrido recorrido todos los domingos desde sus casas hasta el estadio en que jugara nuestro equipo, para regresar a sus hogares la mayoría de las veces cargando sobre sus hombros otra pálida actuación. 

La cuestión es que ese día llegamos sin inconvenientes al “Cilindro de Avellaneda”. Durante los partidos preliminares ‘Pocho’ me fue señalando los jugadores de Racing que según él tenían gran potencial y aquellos que ya estaban para jugar en la Primera División. En el momento que tocó el turno del partido de Primera nuestro entusiasmo llegó a su cenit cuando nuestra formación entró a la cancha. 

Allí estaban los grandes jugadores que reconocíamos fácilmente. El ‘Loco’ Corbatta, José ‘Tito’ Pizzuti ya veterano, que luego fuera el gran DT del “Equipo de José”, Campeón Argentino 1966, Sudamericano e Intercontinental 1967. El ‘Marqués’ Rubén Sosa y su compadre por el lado izquierdo del ataque, la ‘Bruja’ Belén, y nuestro gran goleador el ‘Ropero’ Pedro Mansilla entre otros grandes jugadores.

De Rosario Central sabíamos que era un equipo difícil de enfrentar. Que tenía muy buenos jugadores pero que solía aflojarse un poco cuando jugaba de visitante en Buenos Aires. Y también nos enteramos allí que a Rosario le llamaban, al igual que a Racing, “La Academia”. Había pues dos “Academias”, una de Avellaneda y otra de Rosario. Esta coincidencia hacía que las hinchadas de ambos equipos se consideraran ‘hermanas’ y ello motivó una ceremonia inicial en festejo de dicha confraternidad. Los equipos formaron en la mitad de la cancha y se produjo una suelta de palomas blancas, símbolo de la amistad entre ambas instituciones.

Nada hacía prever lo que pocos minutos después acontecería en el campo de juego. Comenzó el partido y a los seis minutos Racing ganaba 1 a 0, con gol del ‘Marqués’ Sosa. A los veinte minutos Pizzuti aumentó la cuenta a 2 y un minuto después el ‘Ropero’ Mansilla convertía el 3 a 0. Era un baile de aquellos. Los de Rosario Central no sabían que hacer. 

Nosotros, como toda la hinchada de Racing, delirábamos. Los de la popular nos deleitábamos gritando “ole”, “ole”, ante cada floreo de nuestros jugadores. Un minuto después, inesperadamente, Juan Lombardi descontó para Central. 3 a 1. Pero a los veintisiete minutos el ‘Loco’ Corbatta clavó el cuarto gol académico. Baile total. Era para parar el partido ahí nomás y volvernos a casa. Pocho estaba como loco y no se cansaba de gritar “Acadee”, “Acadee”. 

Para nuestra sorpresa Antonio Rodríguez, de Central, puso el 4 a 2 tres minutos después, y a los treinta y siete minutos, el mismo jugador colocó el 4 a 3. Nos comenzaron a temblar las piernas. Nuestros cantos se silenciaron. Los hinchas de Central resucitaron. Veíamos que el ataque de Racing era contundente, pero nuestra defensa hacía agua por todos lados. 

A pocos segundos de terminar ese primer tiempo infartante, nuevamente Antonio Rodríguez tiró un cañonazo hacia la valla de Racing y la pelota se estrelló en el ángulo derecho de nuestro arco, justo entre el palo y el travesaño. Por milagro no nos fuimos al descanso cuatro a cuatro. La cosa pintaba fea para el segundo tiempo. Central venía remontando la cuesta con todo y la Academia, la nuestra, parecía derretirse. Si la cosa seguía como en los últimos quince minutos del primer tiempo íbamos a perder.

En el entretiempo 'Pocho' me explicó que de ninguna manera podíamos perder ese partido. Que seguro en el vestuario el Director Técnico estaría ajustando los detalles del juego de nuestro equipo, sobre todo los de la defensa, para volver al baile de la primera parte del partido. Creo que lo decía más para convencerse él que la levantada de Central que habíamos presenciado no había sido real o, si la había sido, que no podía continuar, que para persuadirme a mí que la cosa estaba como aseguraba, ‘totalmente controlada’. 

Como en mí la razón y la emoción van de la mano, aún en el tema fútbol, los argumentos que esgrimía ‘Pocho’ no me terminaban de convencer. Mi mente solo veía los tres goles sucesivos de Rosario y el cañonazo en el palo del último segundo del primer tiempo. Yo olfateaba el fantasma de la derrota flotando sobre el “Cilindro”.

Arrancó el segundo tiempo y de entrada, para nuestra alegría y tranquilidad, nuestro 9 goleador, el ‘Ropero’ Mansilla convirtió el quinto gol. 5 a 3. Respiramos, pero sin poder sacarnos esa sensación fea que nos había dejado la fulminante reacción de Rosario Central al final del primer tiempo. ¿Y si la repetían? ¿Y si nuestra defensa se volvía un flan nuevamente? Pocos minutos después, a los once del segundo tiempo el ‘Loco’ Corbatta clavó el sexto gol académico. Delirio total. 

El 6 a 3 comenzaba a parecernos incambiable. Por lo menos eso era lo que mi amigo me explicaba con euforia. Tres minutos después nuevamente Mansilla convirtió un nuevo gol para nuestro equipo. Sensacional. Nunca visto. 7 a 3. Ahí si empecé a creer todos los elogios desmedidos que ‘Pocho’ hacía sobre nuestros jugadores. Pero el baile siguió. El ‘Tito’ Pizzuti metió otro golazo a los dieciséis minutos de la parte final. El segundo de su cosecha. Estábamos 8 a 3 y la cosa no tenía miras de parar. El estadio deliraba y ‘Pocho’ había entrado en un trance racinguista. Pero nos faltaba algo. 

Nuestro gran número ‘10’, el ‘Marqués’ Sosa solo había convertido un gol y queríamos más. Y nos dio el gran gusto fabricando dos golazos, a los veinte y veinticinco minutos, poniendo el resultado 10 a 3. Nadie de los presentes podía creer lo que estábamos viendo. 

Los muchachos de Rosario ansiaban que el partido terminara cuanto antes. Se estaban comiendo la “goleada del siglo” sin poder hacer nada para evitarlo. Habían arriado sus banderas. Dudaban que ante esas circunstancias la ‘hermandad’ entre las hinchadas de ambas “Academias” pudiera perdurar. Yo también dudaba. 

Minutos después, ya cerca del final del partido, a los cuarenta y dos minutos del segundo tiempo el ‘Loco’ Corbatta se mandó una de las genialidades a las que nos tenía acostumbrado y metió un golazo de taquito, broche de oro para la súper goleada. 11 a 3. La hinchada de Rosario que estaba ‘muy molesta’, por decirlo de una manera educada, por la goleada que se estaban comiendo, estalló cuando vio el gol del ‘Loco’ de taquito. Eso ya era el colmo. Sonaba a burla brutal. Seguramente se preguntaban si el 10 a 3 no era suficiente. Si había sido necesario terminar de humillarlos con un gol de taquito. 

Ahí la ‘hermandad’ pareció quedar de lado y predominaron los insultos cruzados. Pero ‘Pocho’ sin entender bien la reacción de la hinchada rival me decía: "¿pero por qué estos tipos creen que al ‘Loco’ Corbatta le dicen ‘el loco’?".

Ese fue el resultado final: 11 a 3. ‘Pocho’ estaba al borde del colapso. Gritaba como poseído por su querida Academia, y yo, le seguía el ritmo, aunque unos cuantos decibeles más bajo.

La ficha de aquel partido

Increíblemente y como adhiriéndose a nuestra gran alegría una de las palomas blancas que habían soltado antes del partido como símbolo de amistad entre las hinchadas de ambas “Academias” y que seguramente había permanecido revoloteando dentro del “Cilindro” como testigo mudo de lo ocurrido, voló hacia nosotros que estábamos en la popular de Racing y se posó en un para avalanchas en frente nuestro. Cuando ‘Pocho’ la quiso acariciar para compartir su felicidad la paloma voló hacia el cielo celeste y blanco.

Visto a la distancia, debido a los muchos años que he vivido y a los largos períodos de ostracismo que sufrió La Academia me parece entender que la hermosa paloma no solo se alegraba por el aplastante triunfo de Racing, como me dijo ‘Pocho’, sino que nos estaba trayendo un mensaje de mesura que decía algo así como… “Queridos hinchas académicos. Espero que disfruten de este inusual triunfo pero que recuerden que esto es fútbol. Que no siempre se gana. Que también se pierde, y a veces, como en este caso le tocó a Rosario Central, se pierde feo. Enfrente tienen a una hinchada amiga. No la humillen más que ya con el resultado tienen suficiente por un buen tiempo”.

‘Pocho’ en su euforia pareció no recibir el mensaje. La hinchada tampoco. Yo, a pesar de mi juventud, lo intuí. 

Habíamos presenciado la mayor goleada de la historia del fútbol profesional de Argentina; 11 a 3. Catorce goles en un partido y el ganador había sido el Racing Club. Aunque la hinchada y ‘Pocho’ en particular no lo registraban, yo sabía que no podríamos pedir mucho más por un buen tiempo. Ellos pensaban, como lo suelen hacer todos los hinchas en los momentos de éxito de sus equipos que “lo bueno dura para siempre”. Olvidaban aquel dicho infalible que afirma que “nada es eterno en esta vida”.

Del regreso a mi casa ese día no tengo memoria. Debo haber vuelto flotando en una nube. ‘Pocho’ me confirmó que ser hincha de Racing era lo más grande que le había pasado en la vida. Y recordando su rostro pleno de felicidad creo que tenía razón. 

Hay pocas cosas que se pueden comparar al éxtasis que produce un triunfo aplastante como el que habíamos vivido. Lo que sí me quedó grabado fue la fecha de aquel inolvidable partido. Fue el domingo 2 de Octubre de 1960.   

Tengo idea de haber vuelto con ‘Pocho’ al “Cilindro” en un par de oportunidades más, pero la magia de aquel 11 a 3 se había esfumado. Nuestro cuadro en vez de parecer formado por extraterrestres como en aquel día, volvió a ser un muy buen equipo, pero terrenal y que no logró coronarse campeón ese año.

Luego cada uno de nosotros siguió su camino en la vida. No nos volvimos a ver pero a través de amigos comunes de Ayacucho sabía que él seguía siendo tan fana de la Academia como siempre. 

Años después tuvimos al inolvidable “Equipo de José”, de José Pizzuti, el mismo que habíamos visto jugar en aquel recordado partido, pero esta vez como Director Técnico del gran cuadro que nos llevó al Campeonato Argentino, y a los triunfos en la Copa Sudamericana y la Copa Intercontinental. Y luego se nos vino la noche de muchísimos años de no lograr un título. En algunas oportunidades estuvimos cerca, pero no lo conseguimos. Tuvimos que esperar hasta el 2001, treinta y cinco años, para volver a gritar “campeones” con el equipo de Mostaza Merlo. 

En los pocos momentos de alegría y en los muchos oscuros, incluyendo nuestro paso por la ‘B’, y la quiebra de la institución, siempre venía a mi memoria la imagen de ‘Pocho’, alentando a su amada “Academia”. Resonaba en mi mente aquel “Acadee”, “Acadee” que le oí gritar en aquel memorable domingo de Octubre de 1960.

Cuando en 2014 el Racing de Diego Cocca y Milito comenzó a mostrar las uñas luego de un inicio pobre en el campeonato apertura, volví a acordarme de ‘Pocho’. Y como ahora existe Facebook entré en esa página de Internet para ver si por casualidad mi amigo estaba allí. Y para mi sorpresa, ahí lo encontré. Lo más llamativo era la frase que presidía su página de Facebook. Decía: “Estudié y me gradué en la mejor Academia, el Racing Club de Avellaneda”. Era el ‘Pocho’ de siempre. Aún de viejo seguía con su estandarte académico al frente.

Le escribí unas palabras recordándole aquel partido inolvidable que habíamos vivido juntos cincuenta y cuatro años antes. Me contestó feliz. No solo recordaba el partido sino que me recitó la formación de nuestro equipo en ese día. 

Cuando Racing comenzó a crecer en la tabla de posiciones, pero todavía lejos de la punta, me acordaba de ‘Pocho’. Pensaba, “debe estar contento, lleno de esperanza”. “Por ahí se nos vuelve a dar”.

Como no tuve más noticias de él entré nuevamente en su página de Facebook para ver que era de su vida. Había un mensaje suyo que decía: “Amigos, les pido disculpas por no haberles escrito durante un tiempo pues sufrí un ataque al corazón, pero por suerte ahora estoy bien”. Creo que le mandé una nota alentando su pronto restablecimiento recordándole que nuestro querido equipo se estaba trepando en lo alto de la tabla y que seguramente lo necesitaría a él sano, alentándolo en El Cilindro.

Poco después, cuando Racing ya había alcanzado la punta de la tabla y pintaba para campeón, una tarde estaba en el jardín de mi casa y me llamó la atención la presencia de una paloma blanca. A mi hogar suelen venir palomas, pero de las grises. Nunca blancas. Pero esa era blanca. Cuando me acerqué y la quise tomar con mi mano levantó vuelo hacia el cielo blanco y celeste. 

Me hizo acordar inmediatamente de ‘Pocho’, de aquella paloma y de ese triunfo increíble que habíamos vivido juntos. Fui a mi computadora y entré en la página de Facebook de mi amigo lejano. Allí encontré un mensaje de su mujer ‘Pochi’, también amiga mía de la infancia en Ayacucho. El texto decía. “Queridos amigos. Lamento informarles que en el día de hoy nuestro querido ‘Pocho’ nos ha dejado para siempre”

Me quedé frio. 

‘Pocho’ estaba jugando ‘la final’ más importante de su vida. Su corazón había empatado heroicamente el ‘partido de ida’. En el ‘de vuelta’, el definitivo, no pudo atajar el penal en contra que le patearon sobre la hora y que selló su derrota. 

Creo que por medio de la paloma blanca Pocho vino a decirme adiós y a recordarme que debía tomar su bandera racinguista para pasarla luego a las nuevas generaciones. O tal vez a mí me parece eso y solo haya sido una simple casualidad. 

Cuando la hinchada de Racing festejaba felizmente la obtención de un nuevo título Argentino a mí me dolía el alma pensando en que ‘Pocho’ no lo llegó a ver. Le faltaron tan solo unos pocos días. 

Me gustaría creer que presenció la consagración de su amada “Academia” desde el cielo junto a nuestra amiga, aquella paloma blanca que nos visitara en la popular del Cilindro de Avellaneda el día de aquel triunfo increíble, la que seguramente ya debe tener dos bastones celestes sobre su pecho blanco.

  Carlos Connolly
 Don Torcuato
Junio de 2015  

NOTA DEL AUTOR: 'Pocho' se llamaba Julio Masounave y era un producto genuino de aquel hermoso Ayacucho de las décadas del '40 y '50. 
Era hincha fanático de Racing, pero nunca le escuché una palabra de odio o de agresión hacia los hinchas de las otras divisas. Amaba a su club, pero veía a los otros cuadros como partícipes necesarios para el disfrute de tan hermoso deporte.
Nunca como enemigos. 

Su vida podía estar embellecida por el Racing Club de Avellaneda, pero también su corazón podía amar al mismo tiempo a Independiente de Ayacucho.